Mientras tanto, Penélope…
No podemos reconstruir, ni tampoco permanecer inalterables. Al regreso de cada uno de nuestros viajes, nos hemos de enfrentar a que todo es distinto. A que todos somos distintos.
No podemos reconstruir, ni tampoco permanecer inalterables. Al regreso de cada uno de nuestros viajes, nos hemos de enfrentar a que todo es distinto. A que todos somos distintos.
A pocos días de esta 15ª edición del taller de "El Guerero interior", dándoos ya la bienvenida, os ofrecemos esta reflexión sobre la dificultad y la belleza de acabar las batallas y de reconstruir. Difícil acabar la guerra si es al caer en la paz cuando los antiguos combatientes se vuelven locos y los sueños, hojas secas, la identidad se descompone y, después de la euforia de la celebración, estamos solos en el pozo más impenetrable y carente de sentido en el que pueden caer un mercenario o un soldado... Hermoso vaciarse, cultivar el amor que nos hace tan fuertes y tan desprovistos de seguridades más allá de la certeza de que lo que suceda valdrá la pena, quién sabe cómo y aunque nos cueste todo.
Reclinados en el amor impenetrable, podemos reposar la espalda, apoyar la cabeza, dejar convalecer el espíritu abatido, respirar el silencio o el estruendo desconcertados, y abandonar la perspectiva aterradora de tener que encargarnos de curar o cambiar aquello que sabemos que no está en nuestras manos.
Sólo cuando la reacción se injerta en la acción y se apoya humilde y valientemente en el corazón, en el centro, su rapidez, su contundencia y su energía están al servicio de la verdadera fuerza. La acción tiene el dominio de la fuerza. Quizá destroce menos ampliamente que la reacción, pero apunta mejor. Quizá infunda menos miedo a corto plazo, pero gana en lo importante más a menudo.
Atravesar la ilusión del mundo supone un absoluto salto al abismo porque sólo maya y la carne son palpables. Qué aterrador. Quién no conoce este miedo. La máquina soy yo, al fin y al cabo. Cuál será el buen juicio indispensable para atreverse a seguir ese camino en el que todo nuestro ser está, al fin, encajado pero ya no encaja en el mundo que lo seduce y lo domina.
Lo que sucedió ya ha sucedido pero ¿de verdad es tan parecido a como lo recordamos? ¿tan limitado a lo que recordamos? La forma más radical y verdadera de cambiar el pasado es rescatar lo real que pasamos por alto una y otra vez. El viajero que abandona su mapa abandona también su historia habitual. De ese modo, se encuentra con que el pasado se transforma en otra cosa y con que también él mismo es distinto de como creía ser.
No sé lo que vendrá ni lo que en otros o en mí descubriré. Ni qué podré hacer y hasta dónde. Sí sé, en cambio, la actitud con que decido de atravesar el resto de mis días: es mi libre y firme decisión poner toda mi capacidad, toda mi energía y toda mi entrega en que cuanto suceda, me guste o no me guste, sea para mejor.
Estarás bastante solo, entre bestias disfrazadas hasta para sí mismas, entre gentes de bien incapaces de hacer sitio a todos en nombre de algo más grande que cualquiera de nosotros. Tu propia bestia, guerrero, tu propia condición de gente de bien con sus buenas razones... ¿qué vas a hacer con ellas?
Feliz Pascua, queridos. De qué nos sirve que llegue la primavera si no abrimos la ventana ni salimos por la puerta hasta que la vida no haya vuelto a contraerse. La bondad y la crueldad del mundo son espejos de nuestros propios rostros, reflejos de nuestras caras de buenas personas, con propósitos normalmente constructivos y casi nunca demasiado destructivos. Por eso, al borde de la vida, barramos y aireemos los rincones, los cuartos trasteros de nuestro corazón, cultivemos el amor, la sinceridad y la fuerza que hacen posible la confianza legítima. Y también la alegría.
Qué tenía que perder. Nada. No le quedaba nada. Aquello, comprendió, lo hacía libre, fuerte, imprevisible... peligroso, incluso. Únicamente lo que permaneciera vivo en su corazón lo seguiría anclando a la especie humana, evitando que depredara por placer o dolor.