A pocos días de que se cumpla un mes de nuestro encuentro, dedicamos esta entrada a los Guerreros que el pasado agosto compartieron con nosotras la odisea de manejarnos con nuestros monstruos y hacernos fuertes en nuestro poder y nuestro amor. Os seguimos llevando, con gratitud por todo lo vivido y lo entregado.

 

Penélope y los pretendientes (John William Waterhouse)

Penélope y los pretendientes (John William Waterhouse)

Lo llamamos reconstruir, pero en realidad no volvemos a construir lo mismo, ni siquiera intentándolo.

Podemos repetir una y otra vez las mismas tonterías, engancharnos en los mismos esquemas con distintos actores. No podemos, en cambio, construir otra vez lo destruido.

Será otra cosa.

Mejor. Peor. Dispar o parecida. Distinta siempre.

A veces, sorprendente.

Rendida. Renovada.

Amarga y resentida. Agradecida. En paz.

Lo llamamos reconstruir por decir algo que nos resulte familiar. Sin embargo, como suele gustarnos decir al modo de los sabios, nunca nos bañamos dos veces en el mismo río por mucho que nos empeñemos.

Si pudiéramos mirarlo tal cual es, quizá no estaríamos ni tan eufóricos ni tan descorazonados.

Tras la destrucción, nada es nuevo, nada parte de cero porque precisamente viene, no de la nada, sino de esa misma destrucción. De igual modo, nada puede regresar incólume.

No nos queda sino hacernos cargo de cada tramo del viaje de nuestra existencia. De cada cambio que nos corresponde atravesar.

Mientras Penélope aguardaba a Ulises, la vida transcurría. Tampoco ella sabía si estaba él regresando o había muerto. Y su cama, galanteada y desnuda de su esposo. Y sus avispados pretendientes comiendo de sus arcas, acechando su mano como aves de rapiña.

Sola.

Cada día, su ser se ponía a prueba. Cada noche se reafirmaba.

Mientras Penelope aguardaba a Ulises, ambos cambiaron tanto que, cuando él regresó, apenas logró que ella lo reconociera. El aspecto de él era diferente. También los ojos de Penélope.

Nunca volvemos a la misma casa. Nunca somos nosotros los que retornamos ni son aquellos a los que añorábamos con quienes nos reencontramos. Tan sólo cabe rehacerse en una nueva forma. 

Y qué quedará entonces, pues, de nuestros lazos. 

Cuentan que, mientras aguardaba a Ulises, Penélope tejía y destejía en secreto, en un estéril bucle para no acabar su labor y no tener que tomar un nuevo esposo, dejando atrás definitivamente a Ulises, ese Ulises que tampoco era ya Ulises de todos modos. No obstante, sabedlo bien, ésa es una visión sobrecogedoramente simple. Jamás la tela hecha en una jornada coincidió con la de la siguiente, nunca los hilos se entrecruzaron del mismo modo ni los dedos que desnudaban la urdimbre  de la trama fueron los mismos que los de la víspera. Aún en su incertidumbre, ella sabía lo que estaba haciendo. No esperaba: avanzaba ahondando en su interior. Y se fueron saliendo así poco a poco al encuentro.

Quién. Al encuentro de quién. 

Ésa fue entonces la aventura. La de reconocerse. La de reencontrarse. 

En su largo regreso de diez años, Ulises conoció paso a paso los hondos recovecos de su temple.

Mientras Penélope aguardaba a Ulises, conoció paso a paso los hondos recovecos de su amor.

Marian Quintillá