Manos y mariposa

Tras haber comprobado una y otra vez y hasta la rendición por KO que río de la vida es más fuerte y más ancho que nuestros objetivos, que su sabiduría es más profunda que nuestra consciencia, tomo los restos de mi libertad. Noto hervir por lo bajo esa eterna pregunta. No tendría poder sin libertad, libertad sin poder, responsabilidad si alguno de los dos me faltara, pero cuánto poseo en realidad de estas tres entelequias.

Filosofía del sábado por la mañana que hasta podría entretenerme si no fuera porque la vida nunca ha esperado para ser vivida. No, mi taza de café tiene otra compañía a estas alturas.

No sé lo que vendrá ni lo que en otros o en mí descubriré. No sé qué podré hacer y hasta dónde. Sí sé, en cambio, cuál es una de las claves centrales de la actitud con que tomo la decisión de atravesar el resto de mis días. La actitud del guerrero, del que no sobrevive sino que vive paso a paso, sea lo que sea lo que toque vivir, hasta la consumación de su tiempo.

Es mi libre y firme decisión poner toda mi capacidad, toda mi energía y toda mi entrega en que cuanto suceda sea para mejor. Las noticias que me alegran y las que me contrarían, e incluso las que resultan aparentemente insoportables, los regalos y las tragedias, los aciertos, los errores, las genialidades y las torpezas, los míos y los de los demás, todo cuanto pueda construir, cuanto pueda recibr, el daño que haga, el que me haga a mí misma, el que reciba de otros o de las circunstancias, el dolor que nos causemos, el placer, el disfrute, la celebración, la victoria, la alegría, lo que tuve, lo que tengo, lo que perdí, lo que desperdicié o desperdicie, lo que faltó, lo que comparto, lo que aprecio y tomo de cuanto otros comparten y compartieron… Todo, en realidad. En presente, en pasado y en futuro. Éstos son mi poder, mi libertad, mi responsabilidad más básicos.

La actitud que hace posible que cuanto suceda, tarde o temprano, aún a través de viajes de oscuridad, confusión, sinsentido… acabe trayendo más luz, más amor, una transformación más profunda hacia esa sencilla completud de nuestra naturaleza que acaba llevándonos – y ahí, en la experiencia, se calla la incansable filosofía – a la sorprendente consumación de nuestros anhelos más profundos.

Desde niña, tuve la sensación de que, a través de las cosas de la vida, las personas nos íbamos convirtiendo en seres más libres y plenos o en criaturas más temerosas, oscuras y contraídas, pero que en ningún caso lográbamos permanecer inmunes a alguna de estas dos transformaciones. Durante mucho tiempo, me asustó la posibilidad de no poder con alguno de los dolores que temía, de que el horror me destruyera, el mundo se volviera a partir de ese instante un desierto demasiado caro para lo que cuesta sostenerlo y yo, aniquilada, en una sombra que sobrellevara el tiempo restante de la manera menos insoportable y más agradable que me fuera posible. La supervivencia. Desde niña, temí que algo me convirtiera en quien sobrevive en lugar de vivir, y – qué os voy a contar que no me hayáis contado también muchos de vosotros –  ese miedo ha sido en numerosas ocasiones la mayor tentación a la hora elegir la supervivencia antes que la vida.

Desde mi rendición por KO, sólo tengo una palabra: No.

No a resistirme. No a permanecer infectada. No a conservar los resentimientos, los empeños fallidos y las heridas viejas como lastres. No a llevar los tesoros y las capacidades como pesos. En la alquimia del amor, de la aceptación, todo, hasta lo más horrible o hasta lo más excelso, nos transforma en algo mejor. Y si no, nada vale.

No a ser aniquilada por la ira, por el miedo al dolor, por la tacañería en el amor.

Es mi libre y firme decisión ofrecerme para que lo que venga, me guste o no me guste, nos transmute en mejores humanos. La misteriosa química que saca de la materia descompuesta el alimento de la nueva vida.

Ésa es mi libertad irreductible. Ahora que sé de qué hablo – y no sólo lo temo, como entonces -, ése es mi poder de decisión.

Desde mi rendición por KO, sólo tengo una palabra:

Sí.

Marian Quintillá