La forma más radical y verdadera de cambiar el pasado es ampliar la mirada sin mentir.
¡¡Nos contamos las cosas tantas veces de la misma manera, casi con las mismas palabras, haciendo cada vez más profundo el surco de nuestra historia de siempre…!!
Y continuamente falta lo mismo, sobra lo mismo, nuestro personaje es el mismo, los demás se comportan de la misma manera…
Es imposible ir más allá. Como máximo, conseguimos rendirnos y dejarlo en paz de una buena vez.
Lo que sucedió ya ha sucedido pero ¿de verdad es tan parecido a como lo recordamos? ¿tan limitado a lo que recordamos?
¿Cómo eran nuestros ojos, dónde estaba nuestro corazón cuando escribimos esa historia? ¿Por qué necesitábamos escucharla precisamente así?
La forma más radical y verdadera de cambiar el pasado es rescatar lo real que pasamos por alto una y otra vez. Aunque se nos descuadre la leyenda. Aunque nos cambie el personaje, que tendrá sus inconvenientes pero, para qué vamos a engañarnos, ya lo tenemos ubicado.
Cómo era el amor del hombre sin corazón, el poder de la pobre princesa prisionera, el desconcierto de los niños felices, la alegría del perdedor, la insatisfacción del rey…
En qué se convertiría el cuento si nos lo contáramos al revés, o desde otro lugar… O si lo relatara otro de los personajes…
Recuerdo, hace ya muchos años, a Joan Garriga preguntándole a un grupo numeroso de personas cuántas de ellas consideraban que sus padres no los habían amado lo suficiente. Hubo bastantes manos alzadas. A continuación, preguntó a la misma gente cuántos de ellos consideraban que no amaban lo suficiente a sus hijos. Nadie levantó la mano. «Desde hace algún tiempo, suelo hacer esta pregunta en los grupos – dijo entonces Joan, o dijo algo parecido – y compruebo que sucede esto mismo cada vez».
Misterios del escritor que escribe la historia, que decide con el mismo material si será trágica, cómica, conmovedora, cruel, amarga o luminosa. Sin dejar de basarse en hechos reales, claro está.
El viajero que abandona su mapa abandona también su historia habitual, contempla gestos que le pasaron desapercibidos, matices que olvidó, acontecimientos a los que les restó importancia, sentimientos que prefirió recortar, aspectos de la gente y de sí mismo que decidió menospreciar o engrandecer… De ese modo prodigioso, se encuentra con que el pasado, el inamovible, el invariable, se transforma en otra cosa. Y si lo que fue es distinto de como creíamos que fue, si resulta ser más profundo, más complejo, con más dimensiones, es seguro que también nosotros somos distintos de como creíamos que éramos.
Mis queridos viajeros, continuad permitiendo que el flujo de vuestra libertad traiga luces distintas sobre el pasado, sobre el presente, sobre vosotros, sobre los otros… Hasta que el pasado, el presente, los relatos con los que consignamos nuestra vida, se conviertan – a la luz de la más estricta verdad – en el material en el que hunde sus raíces esa alegre plenitud de sabernos, dentro de nuestra humana imperfección, curados y completos.
Marian Quintillá
Gracias querida Marian, tus palabras siempre me dan luz. Un fuerte abrazo.
Me quedo con este párrafo Marian Quintillá.
» Si lo que fue es distinto de como creíamos que fue, si resulta ser más profundo, más complejo, con más dimensiones, es seguro que también nosotros somos distintos de como creíamos que éramos.»
Esta es mi percepción, que el pasado es más complejo, que es más profundo y que tiene más dimensiones.
🙂 Así lo creo y tengo la sensación de comprobarlo una y otra vez, Mónica.