Nota informativa:
Queridos Guerreros.
Nos han comunicado que ya no quedan plazas en este grupo, el del 15ª taller del Guerrero interior en la Escuela de Verano 2018. A los que os habéis mostrado interesados y no habéis llegado a tiempo de inscribiros, si así lo queréis y podéis, nos encantará veros en la 16ª edición del taller, que está prevista para el fin de semana del próximo 9 a 11 de noviembre (atentos a las condiciones y horarios, que son un poco distintos) ¡¡Un fuerte abrazo para todos!!
Rosa y Marian
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UN MUNDO NUEVO
Difícil vaciarse cuando hay tanto gritando o susurrando persistentemente por aquí dentro. Angustioso acallar esta máquina de armar bulla, tanto como caer en ese silencio de incierto contenido que se despereza tan pronto como cae el barullo.
Vaciarse y que nos cambie la visión de las cosas o se nos desintegre el mapa entre los dedos. Quiénes somos si no somos éstos, desgraciados pero familiares, los de toda la vida… Si nuestros amados y nuestros enemigos dejan de seguir la coreografía del baile que llevamos tanto tiempo danzando juntos…
Difícil acabar la guerra si es al caer en la paz cuando los antiguos combatientes se vuelven locos y los sueños, hojas secas, la identidad se descompone y, después de la euforia de la celebración, estamos solos en el pozo más impenetrable y carente de sentido en el que pueden caer un mercenario o un soldado.
En el más atroz de los terrores.
Difícil ser Guerrero y alcanzar el final de la guerra sin morir dignamente en la última batalla, tener que respirar, no un nuevo amanecer, sino dos, tres y cuatro, y los que sigan… Porque, en la última liza, caen los muertos y los supervivientes. Nadie se libra de este tránsito.
Cómo vivir después de muertos, con ese estruendoso vacío para el que los remedios habituales resultan inútiles, vaciarse mientras nos importamos tanto a nosotros mismos, mientras el propio dolor y el propio malestar son el último destino de nuestra mirada hasta cuando miramos a los otros o alrededor.
Ámate… Qué entendemos cuando escuchamos esto. Muchas veces, disparates que hacen carnicerías a nuestro alrededor además de, por supuesto, dentro.
Ámate siempre es, pura y simplemente, ama.
Difícil atravesar el miedo, el que nos llevó a la guerra, el que nos dio la energía desesperada para permanecer en ella, el que nos mostró a nuestros enemigos, el que nos empujó a sobrevivir…
El miedo. No hay Guerrero sin miedo. Tampoco guerra. Es el compañero que se nos enfrenta en cada una de las pruebas, implacable y tenaz. Y cuando lo esquivamos, llegamos a sentirnos vencedores, pero ahí está, aguardándonos a la vuelta del próximo recodo.
Perder… Qué difícil, perder. Morir es más sencillo.
Ésa es el arma que todos los Guerreros buscan como el mayor tesoro, el secreto de los campeones: cómo se vence el miedo.
A veces se diría que lo aplastan la rabia, la furia y el ansia; sin embargo, ninguna de las tres es más que contrafobia airada, autoindulgencia ciega, tormenta sin cauce. Si nos permiten saltarnos el miedo es porque nos niegan la capacidad de ver y de sentirlo. Benditas sean a veces, en momentos cruciales, para sobrevivir; para vencer y vivir, no traen más que heridas y contraheridas interminables.
Respecto al miedo, sólo el amor se pone decididamente, generosamente, a su lado. No lo aniquila, no nos lo evita, pero nos acompaña junto a él paso a paso, con una fuerza que no conoce igual entre las hazañas que cantan las canciones.
Además, lo sabemos: cuántas cosas hemos hecho sencilla y heroicamente por amor, aun teniendo a la vez mucho miedo, aun estando asustados.
Hermoso vaciarse, cultivar el amor que nos hace tan fuertes y tan desprovistos de seguridades, más allá de la certeza de que lo que suceda valdrá la pena, quién sabe cómo y aunque nos cueste todo. Hermoso y dulce alzar la vista, honrar a todos, volver a arar la tierra y construir la casa…
Cómo…
Y se alejan los fantasmas que retenemos agarrados con las dos manos.
Y la falsa duda alza su velo para mostrarnos que únicamente está sirviendo para aplazar el momento de reunir el valor para hacer lo que ya sabemos que nos toca, que nos corresponde, que es…
Y el dolor aflora como el agua de los manantiales y la alegría se vuelve profunda y serena.
Y el miedo se libera del pánico.
Y la ira se mira a sí misma, y entonces puede ver, y comprende.
Y, sin tachar nada ni renegar de un solo paso, de un solo error, de un solo ser humano, empieza simplemente un mundo nuevo.
Marian Quintillá
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