Guerrero de luz. Hombre a contraluz contra cielo rojo.

Nunca olvides, guerrero, que ningún ser humano, ni siquiera quien te llama enemigo, está separado de ti.

Nunca nos olvides ni a todos ni a nadie. No te quedes tuerto para hacerlo más fácil o para poder agarrar lo que quieres despojando a tu amigo, o a ese extraño, o a ese hijo de puta.

No te hagas mercenario de alguien cuya batalla no puedas respetar con todo el corazón, ni siquiera en el caso de que ese señor de la guerra seas tú.

Es posible que te sientas solo o imbécil. Es probable, incluso. Sobre todo antes de contemplar cómo crecen en los campos de todos las plantas torcidas que sembramos cuando olvidamos y excluimos, cuando nos llevamos botines y despojos sin mirar a quién corresponden, qué heridas agrandan. Y a veces hace falta mucho tiempo, quizá media vida, para empezar a ver en qué se ha convertido nuestra siembra.

Sólo entonces, entre los árboles ahogados y torcidos, entendemos lo que estábamos sembrando mientras soñábamos con otros jardines.

Empezamos a vivir antes de saber nada. Acabamos sabiendo muy poco. Con suerte, que somos ignorantes y que necesitamos. Con suerte, que a pesar de las renuncias y los peligros podemos amar y que el amor nos compensa con tal abundancia que sepulta peligros y renuncias.

Nunca olvides, guerrero, que quien sólo mira lo suyo no puede ver ni el camino ni el mundo.

A la guerra, van gentes de buen corazón llenas de aún mejores razones. Al luchar contra ellas, no luchas contra los malvados. Ni siquiera contra seres errados que estén más errados que tú.

Nunca olvides, guerrero, que la batalla del guerrero no trae gloria, sino una entrega sencilla e incomprensible. La gloriosa es la batalla de los justicieros, de los adalides que creen que el remedio está en nosotros sí, los otros no. Eso inflama, hincha, arrastra, desata a la bestia que quién sabe cómo mantenemos vestida con ropa y zapatos durante los días laborables. Poca gente se puede resistir.

La paz, querido querrero, apenas la quiere nadie. Es la victoria lo que todos ansiamos.

Sin embargo, no olvides que la vida va siguiendo sus ciclos y que la conquista de hoy no es más que la semilla de la guerra futura. Para poner los cimientos de la paz, no ha de haber conquista de nada ni nadie ni más victoria que la del encuentro.

Y ahí estarás bastante solo, entre bestias disfrazadas hasta para sí mismas, entre gentes de bien incapaces de hacer sitio a todos en nombre de algo más grande que cualquiera de nosotros.

Tu propia bestia, guerrero, tu propia condición de gente de bien con sus buenas razones… ¿qué vas a hacer con ellas?

Antes de levantarte para intentar finalizar la guerra, vas a tener que saber si tú mismo quieres la paz, guerrero.

Marian Quintillá