Hace una semana estábamos absolutamente metidos en el viaje del Guerrero Interior. A todos los guerreros de esta 16ª edición que, con su generosidad, corazón y valentía, nos condujeron a través de un recorrido de la mayor y más profunda belleza, está dedicada nuestra entrada de hoy. Gracias.

 

Looking over the horizon. (Image from swissre.com ad.)

 

Pensé que era la rabia lo que me daría fuerza para acabar la guerra, pero no: era el amor. Las guerras no se ganan, eso bien lo sabemos. Ganarlas es no acabarlas nunca, permanecer por siempre hipotecados por el rencor o por la historia, contarnos cuentos que pretenden ayudarnos a conciliar el sueño sin lograr aplacar la inquietud… Y el otro siempre vuelve, como eterno fantasma por la misma victoria convocado…

Sólo lo que es verdad tiene fuerza. Y, hay que decirlo, la tiene toda. Perdidos en nubes de consignas y leyendas, alargamos la mano aferrando la nada, asidero que, a la hora de lo cierto, cuando la vida se pone innegociable, se deshace como arena y descubrimos que no somos quienes creíamos ser.

El Guerrero se entrena para mantenerse real, flexible y sólido. Nada de eso se sustenta sin voluntad ni consciencia, sin elección personal.

¿Acaso elegimos lo que queremos cultivar? Sí, pero únicamente entre lo que es verdadero.

Las guerras se curan, se apagan. Para eso están los querreros. Nosotros alimentamos o socavamos nuestro poder según lo decidamos.

No es fácil. De hecho, es una decisión que se renueva varias veces cada día.

Hay tantos prestidigitadores, gente que nos hace sentir, creer, desear… que continuamente, si lo permitiéramos, nos descentraríamos. Es una tentación. Déjate llevar…

Y después vienen los sombreros vacíos y las copas rotas que nadie va a arreglar pidiéndoles disculpas, pero la función ya ha tenido lugar, se ha cobrado la entrada, se ha cumplido el objetivo…

Nunca fue más importante ni más difícil ser adulto.

Saquemos nuestra fuerza de lo verdadero, nuestra confianza de lo verdadero, nuestro poder de lo verdadero, nuestro amor de lo verdadero.

Sin concesiones. Sin prisas.

Confiando en que lo verdadero que hay en nosotros es suficiente para plantarnos sobre los pies y mirar al mundo de frente con los ojos claros, amorosos y firmes.

En silencio. Velando. Reconociendo. Buscando y encontrando. Sabiendo quién nos puede realmente apoyar.

Porque la vida va en serio todo el tiempo, aunque la mayor parte de las veces no lo parezca…

Marian Quintillá