Me faltan palabras para describir lo que siento por el fallecimiento de este hombre y el enorme vacío que su partida ha dejado tras de sí. De la primera vez que le escuché puedo recordar cierta extrañeza y curiosidad. Más tarde tuve ocasión de irlo descubriendo poco a poco, y la experiencia fue como de un ir dejándome seducir tímidamente por esas letras crípticas y unas melodías entre obsesivas, pegadizas e inquietantemente evocadoras.

Podría decir que guardo canciones de Battiato como auténticos tesoros asociados a muchos momentos especiales de mi vida. Sin embargo, elegir una canción para despedirle no me va resultar difícil. No sé si podría considerarse como una de sus mejores composiciones, pero lo cierto es que tuvo la virtud de llegar a mí en un momento muy difícil de mi vida, diría que incluso crítico. Y resultó ser una canción tremendamente reconfortante y sanadora. Recuerdo ahora, con cariño y algo de pudor, que incluso pensé en contactarle para agradecerle esta canción, casi como si la hubiera escrito para mí, o al menos para los que, en parte, se sentían como yo. O, mejor dicho, como nosotros, pues no somos pocos aquellos a quienes esta canción provocó un efecto similar. Puedo dar fe de ello.

Finalmente, no me decidí a hacerlo. Tanto da. Battiato ya ha partido. Y se lleva consigo una enorme gratitud de la que estoy siendo testigo y de la que participo.

Mi muy querido Franco Battianto, espero que por fin hayas encontrado el tan anhelado centro de gravedad permanente.

Hasta siempre, maestro. Y gracias por tanto.

David Magriñá