Ilustración de Christian Schloe

Cómo podemos creer que amarme más a mí pasa por amarte menos a ti, o que amarte más a ti pasa por amarme menos a mí, cuando en realidad ambas cosas son lo mismo.

De qué tenemos hecho el amor para que no se alimente ni se desarrolle en todas las direcciones, para que lo que llamo amarme te empobrezca y lo que llamo amarte me perjudique.

Qué falacia burda o sutil hemos estado confeccionando poco a poco hasta llegar aquí sin que en estos momentos nos extrañe ya nada de este planteamiento perturbado.

De este enloquecedor abismo en el que nos sentimos más poderosos cuanto más orgullosos, cuanto más encaramados a nuestros pedestales.

Cuanto más solos, más inflados, más ególatras, más susceptibles y más emocionalmente anémicos.

Cuándo empezó esa guerra y a quién le interesa echar leña a este fuego que carboniza pero no calienta.

Perdidos en el miedo.

Buscando lo que no existe, exigiendo lo que no puede requerirse, contándonos películas sobre nuestros fracasos y durmiendo con nuestros enemigos.

Con nuestros sospechosos.

Sintiéndonos arrogantemente libres de lo que nunca fue ser esclavos.

Quién dijo que pudiéramos amarnos demasiado. Que conviniera andar midiendo para que nadie acabara vampirizando a nadie.

Para salir vivos de donde únicamente se puede acabar muriendo.

Qué mundo absurdo hemos construido para después vivir en él.

Mentiras. Leyendas. Resentimientos encendidos como faros. Enamoramientos en tantos otros espejos. Afectos consumidos de los que fatuamente nos envanecemos. Ciegos guiando a otros ciegos.

No es cierto que el amor empezara en mí, conmigo y hacia mí. Siempre llegó con otros. No dependió de otros, sino que alcanzó su plenitud por otros y lo aprendí de otros y con otros.

Mi amor y el tuyo crecieron juntos. Crecen juntos. Y ello requiere un valor constantemente renovado.

No es verdad que tengas que enterarte de que me quiero más que a nada y que a nadie. Muy poca cosa sería ésa. Ya nos llevará el amor donde proceda. De lo que hemos de enterarnos es del amor que nos tenemos. La única pregunta que importa es si estamos dispuestos a cabalgar ese alud.

Marian Quintillá