El Rey Pescador […] es un personaje que aparece en las leyendas artúricas como el último de una estirpe de protectores del Santo Grial. Las versiones sobre su historia varían bastante, pero en todas el rey está lesionado en la pierna o en la ingle, y es incapaz de moverse por sí solo. Al estar lastimado, su reino sufre junto con él, traduciéndose la impotencia del rey en una pérdida de fertilidad del reino, lo cual lo convierte en un páramo desolado.
Quién se ocupa del resentimiento.
Esa herida crónica, esa infección arrinconada que arrastramos a través del tiempo, mientras ella destila pequeñas cantidades de veneno que nos va acartonando y enfermando sin que nos demos cuenta.
Sólo miramos, volvemos a sentir – como su mismo nombre nos revela – y echamos nueva leña al viejo fuego.
Conservamos intactas las razones, las imágenes de nuestra colección de agravios, la lesión, la pérdida, la deuda imperdonable de la restitución que nunca llegó…
Quizá el resentimiento pueda llegar a ser peor y más grande que el dolor en el que tuvo su origen.
Quizá nos enloquezca más.
Y sin embargo, qué íntima sensación de abrigarnos y acogernos a nosotros mismos ésa de envolver fieramente la llaga resentida, lanzar hacia fuera los ojos en llamas, dar la espalda, dejar las garras afiladas a la espera…
Qué desproporcionada percepción de poder.
Que nadie se atreva a meterse entre nosotros y nuestros resentimientos. Es terreno minado.
Quién se ocupa del resentimiento, grillete que nos encadena tercamente a lo que creemos rechazar, asidero al que nos aferramos con energía una y otra vez renovada.
Qué fácil es encerrarnos ahí dentro y qué difícil liberarnos.
A veces podemos mirar más allá, darnos cuenta de lo que nos estamos haciendo, del excesivo – inacabable – precio que a todos nos está costando, y entonces querríamos poder dejarlo atrás.
Es el momento en el que nos damos cuenta de que no basta con desearlo. Ni siquiera con estar dispuestos. El camino requiere constancia, humildad y paciencia… y además ni siquiera tenemos el mapa.
Podemos fingir. Fingir sinceramente que lo hemos entendido, que lo soltamos. Hasta creérnoslo, pero nos está esperando a la vuelta de la esquina.
O permaneceremos presos de él para siempre o no volveremos de ese viaje de liberación siendo los mismos, lo queramos o no lo queramos.
Por eso el daño crea vínculos tan relevantes como los del amor.
Quién piensa en el resentimiento que soporta y en el que causa.
Cuando era niña, no comprendía cómo se podían tener enemigos. Ahora sé que son seres mucho más normales de lo que entonces imaginaba.
En no pocas ocasiones, se diría que brotan por sí solos.
Pero es cierto que no tenemos demasiado en cuenta el resentimiento cuando vamos haciendo y deshaciendo por la vida, mientras luego resulta que es una de las fuerzas fundamentales que cimentan lo más esclavo de nuestras actitudes y nuestras decisiones.
Y somos responsables de alimentarlo y conservarlo.
Y somos responsables de no tener cuidado cuando nos arriesgamos a generarlo o cuando ya lo hemos hecho.
Y más allá, es cierto que hay una parte en todo este asunto que no podemos controlar de ningún modo. Pero sólo una parte.
Es la herida del Rey Pescador.
La herida del Rey Pescador nos obliga una y otra vez al enconamiento o la aventura, a la esterilidad o la transformación. No hay escapatoria posible.
Y curará – si cura, que bien sabemos que podemos llevarla hasta la muerte e incluso contagiarla o dejarla como legado – cuando cure y como sea que misteriosamente lo haga, pero tendremos que abrir las puertas del castillo si queremos darle una oportunidad.
Marian Quintillá
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