Pintura de Christian Schloe

Hoy es para vosotros, en voluntad y en justicia, y a vosotros quiero celebraros, reivindicaros, agradeceros…

Después de todo y tal y como andamos, no tengo palabras. Me inclinaría en silencio. Aplaudiría. Podría recorrer toda mi vida o toda la historia contemplando el fluir de vuestras figuras desde la forma de mi primera mirada hasta ésta con la que ahora os abarco y me emociono. Habéis estado siempre ahí y aquí quiero que sigáis estando siempre.

Con vuestra sobrecogedora fuerza, con vuestro sacrificio silencioso, con vuestra incontenible necesidad de llevar a cabo y ese amor a menudo tan recortadamente comprendido.

Qué puede compararse con el corazón de un hombre que desenmaraña paso a paso su camino.

Gracias.

No necesito que seáis otros más de lo que necesito ser otra yo.

Cuánto he descansado en la hermosa manera de vuestras mentes, en la seguridad de vuestra presencia, en esa forma casi siempre poco estridente de dar…

Y habéis sido – y sois –  inspiración y apoyo para mí tantas veces…

Y lo mejor de mí se habría quedado muy a medias sin vosotros, tan similares y tan distintos, animales magníficos, imprescindibles compañeros.

Qué tristeza notar el eco extraño en el que se reflejan mis palabras antes siquiera de ser hilvanadas, porque detenerse a elogiaros y a reconoceros se ha vuelto, cuando no causa de agitación, al menos sospechoso hasta la náusea.

Y hay que recordar cansina e implacablemente que existe por ahí un buen puñado de cabrones hijos de la gran puta que destrozan la vida de otra gente. Aproximadamente tantos, imagino, como malditas arpías venenosas de cuya existencia, poder de destrucción y abundancia también tenemos evidencias de sobra, dicho todo esto en un sentido metafórico, sin segundas intenciones y aún menos voluntad – por supuesto – de ofender a nadie en absoluto.

Por lo demás, entre la gente normalita de a pie, ya sabemos que no somos perfectos y que a veces nos equivocamos mucho y nos herimos aún más, pero igualmente podemos mirarnos, entendernos, amarnos y admirarnos.

Y a mí me duelen estas desaforadas vendas que nos esclavizan tanto como cualquier otro tipo de ligaduras que hayamos podido llevar en el pasado.

En marzo de 2018, mientras celebrábamos el Día Internacional de la Mujer entre tanta y tan alegre algarabía, recuerdo que dije que necesitaba también un Día Internacional del Hombre para celebraros, veros y sanarnos. Ya existía: el 19 de noviembre. Y sé que soy muy despistada y que se me pueden pasar por alto cosas de las que todo el mundo se entera y habla, pero creo que en general lo recorremos de un modo llamativamente silencioso, en comparación.

En ese marzo de 2018, compartí para nosotras un poema que había dedicado a las mujeres de mi familia. Hoy comparto otro pensando en vosotros, hombres. No es nuevo, pero me viene una y otra vez y creo que expresa gran parte de lo que hoy quisiera transmitir. Lo escribí para un hombre, hace mucho. Lo seguiría escribiendo.

 

Veo llegar tu esencia y permanezco

Veo llegar tu esencia y permanezco,
desandando las lunas,
con el valor como una celosía.

Ése eres tú.

Humano. Cierto. Vivo.
Qué terrible, existir. Qué inenarrable,
ser. Qué pozo, el brocal
de tu garganta.

Te miro como a un hombre nunca visto.

Desde mi madrugar. Desde esta infancia
que me acecha a deshora,
con espectros amantes que me acunan
y me ponen de pie.

Siento el hueco. La desgarradura
que me parte y me lastra.

Noto el alma temblar de la vida
suave que despierta.

Veo llegar tu esencia, que no abarco
ni abarcaré nunca.
Desde mi simple
curva, con los ojos claros como el día.

Veo llegar la esencia y aún me atrevo.

Marian Quintillá