Mientras escribo este texto, ya hace un rato que los Reyes Magos de Oriente han llegado a Barcelona, al Moll de la Fusta, acompañados por el Open Arms, y han iniciado su recorrido por las calles de la ciudad para que cuantos ciudadanos de las más variadas condiciones y edades quieran puedan encontrarse con ellos.
Esta misma tarde, prodigiosamente, conseguirán pasearse con tranquilidad y júbilo por las calles de todas nuestras ciudades y pueblos con el mismo fin: vernos y que podamos verlos, oírlos, hasta tocarlos…
A Barcelona, los Reyes Magos llegan por mar y es precioso, me explicaba mi madre cuando yo era pequeña. Ella recordaba con entrañable amor unas Navidades barcelonesas que quizá no podamos encontrar ya ni en Barcelona ni en casi ningún otro rincón del mundo, pero eso hemos sembrado y eso es lo que nos toca cosechar.
No importa. Cada generación hace lo que puede con lo que tiene. A nosotros, benditos seamos, nos ha tocado esto.
A lo que iba. Que esta vez no estoy escribiendo contra reloj, desafiando a la suerte, al mismo tiempo que Sus Majestades de Oriente van de casa en casa, incluyendo la mía, con el riesgo de que me atrapen despierta delante del ordenador narrando vaguedades sobre ellos, lo cual, como sabéis, es precisamente lo que no hay que hacer de ninguna de las maneras en tal noche como la de hoy. Es preferible hacerse el dormido aunque tengamos los ojos como platos.
No. En este momento, todos estamos despiertos al tiempo que los Reyes se pasean con la cara descubierta, saludando y bendiciendo, de norte a sur y de este a oeste, para que nos encontremos a pesar de los pesares con su milagro y su misterio.
Los Reyes que llegaron de lejos. Los extranjeros.
Qué les llevó a creer que aquella estrella era un signo que les podía corresponder a ellos.
Los Reyes Magos pasarán esta noche. Su magia se concretará en regalos que descubriremos mañana, cuando nos levantemos, por más temprano – doy fe – que lo hagamos. Pocos o muchos. Caros o baratos, Eso, permitidme que lo diga aunque a veces da la sensación de que hemos perdido el norte en ese aspecto, carece de importancia. Ellos harán lo que tienen que hacer: mostrarnos el don de ser regalados de la manera más increíble, generosa, sobrenatural y trascendente posible.
Y nosotros, qué haremos.
Recuerdo cómo, de niña, el sentido de esta noche estaba claro. Era un trato. Ellos transformarían la mañana del seis de enero en la más inolvidable de las vivencias porque nosotros, día a día, durante el resto del año, elegiríamos la valentía, la generosidad, el amor, la fuerza, el riesgo, la delicadeza… No siempre, ni de un modo perfecto: simplemente lo mejor que supìéramos. Nosotros éramos pequeños, pero en nuestro compromiso con ellos nos hacíamos dignos y grandes.
Hace poco, leí en Facebook un comentario en contra de «estar entrando en esa época del año en la que se hace chantaje emocional a los niños para que sean buenos». Me siento afortunada por no haberlo vivido nunca así, por haber confiado siempre en la benevolente sabiduría de Sus Majestades sabiendo, al mismo tiempo, que los regalos me llegaban por el amor que fluía de unos y otros, por la magnanimidad de que ellos hacían gala y la bondad que yo procuraba cultivar en mí, y no por mi cara bonita a la que había que tener mucho cuidado de no traumatizar.
Si esto se ha convertido en un chantaje emocional o simplemente en algo que olvidar, podemos decirles a los Reyes Magos que se ahorren el paseo porque ya no estamos enterándonos de nada.
Esta tarde, Sus Majestades de Oriente han llegado acompañados por el Open Arms, el barco que sale a rescatar gentes a ese mismo mar por el que los Reyes han arribado a Barcelona. El Mediterráneo, de donde ha nacido tanta vida, tanta cultura, tanto encuentro, fusión e intercambio… y en cuyo seno descansan tantas gentes de todos los tiempos.
Tantas gentes desesperadas, abandonadas, sin nada que perder, de estos últimos tiempos… Aquí al lado…
Esta noche, Sus Majestades recorrerán nuestro mundo encabronado, egocéntrico y dividido buscando esa parte entrañable de nuestro corazón que todavía vibra con la experiencia del sentido, que aún comprende el milagro y sabe que la parte que depende de nosotros depende totalmente de nosotros. No voy a aventurar qué encontrarán: cada cual sabe lo suyo y yo lo ignoro, salvo en lo que a mí respecta, y aún de eso no estoy demasiado segura.
Pero si que nos pregunten «si hemos sido buenos» nos parece un chantaje emocional, si nos irrita que puedan esperar de nosotros que hayamos tenido durante este año corazón, entrega, sacrificio, pasión, riesgo, sensibilidad y alegría, entonces voy a apurar cuanto pueda esta copa porque cualquier día no serán los Magos de Oriente quienes desembarquen en el puerto, sino tres marionetas o tres suplantadores que representarán una pantomima por nuestras calles, que llenarán nuestros hogares de cacharros inútiles, de caprichos de niños malcriados, y habrá llegado el momento de dejar de creer en lo que vemos.
Desde mi chapucera humanidad, yo me declaro en rebeldía.
No nos abandonéis, por favor, Majestades: vivimos tiempos ateridos y extraños.
Marian Quintillá
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