Buscando el cambio, nos dejamos deslumbrar por los ilusionistas, que aparentemente hacen transformaciones imposibles e inmediatas (milagrosas, mágicas,,,) ante nuestros ojos. Entregados a la fascinación de sus trucos, aprendemos de ellos a hacer prestidigitación, a hipnotizarnos para que la realidad no parezca lo que es, sino otra cosa más satisfactoria, y además nosotros podamos creérnosla. De ese modo, entramos en la sugestión de que hay un modo de que negar lo que es lo haga desaparecer y además ahorrarnos el trabajo de atender lo que precisa ser atendido

Pero al comer la comida creada por nuestros trucos de ilusionistas, en realidad – pasado el primer entusiasmo de la seducción – continuamos descubriéndonos, contra nuestras esperanzas, hambrientos y desnutridos.

Por eso, a pesar de las artimañas, los atajos, las recetas rápidas, las estratagemas mentales, los cuentos con los que manipulamos momentáneamente nuestros sentimientos… seguimos fuera del paraíso prometido.

Y ésta es la primera parte del tema que os proponemos: el ilusionista. El ilusionista hace prodigios. Lo hemos visto todos. Hace desaparecer los dolores crónicos, infunde un valor de héroes a los corazones pusilánimes, nos demuestra cómo funciona el crecepelo que vende…

Sin embargo, lo cierto es que todo sigue igual tras su paso.

El ilusionista. Todos lo somos. Con ello nos distraemos y sobrevivimos, pero no vivimos, no salimos auténticamente de lo de siempre. Simplemente, conseguimos que la inmundicia nos llegue al cuello en vez de a la boca y nos refugiamos en la dulce y estéril esperanza de los sueños que se sueñan en vacío.

Y qué grandes, complejos, largos… pueden llegar a ser esos sueños.

Éste es el primer paso que os proponemos: empezar a identificar a nuestros ilusionistas, aquellos a los que nos hemos aferrado colocándoles nuestras expectativas, entregándoles nuestra responsabilidad, y aquellos que están dentro de nosotros, con los que logramos distorsionar lo que perciben nuestros ojos o su significado.

Ir detectando todos esos banquetes que no nos alimentan, todos esos trucos que, después de enardecernos y reconfortarnos, continúan dejándonos el corazón vacío.

De momento, y para facilitar la evocación de la ilusión, os dejamos con esta escena de «La invención de Hugo» (Martin Scorsese, 2011)

 

Marian y David