Imagen de la película "La naranja mecánica" (Stanley Kubrick, 1971)

Imagen de la película «La naranja mecánica» (Stanley Kubrick, 1971)

Siguiendo con el tema sobre «Tranformación verdadera y encantamiento», se me ocurre aportar lo que podría ser un ejemplo de esto último.

Los que llegasteis a vivir los últimos coletazos de la guerra fría (o, por lo menos, ver algunas pelis de espías de la época), recordareis sin duda aquellos pintorescos casos de «lavado de cerebro»: Dirigentes o espías de un bando que, capturados y adoctrinados, se convertían en devotos miembros del bando contrario casi como por arte de magia. Resultaba inevitable preguntarse cómo podría obrarse semejante prodigio: ¿Avanzadas técnicas psicológicas secretas, sofisticadas torturas, misteriosas drogas quizás…?

¡A saber! Seguramente habría un poco de todo esto. Sin embargo, no mucho después, curioseando uno de esos libros raros que de tanto en tanto caían en mis manos, me encontraba la siguiente explicación:

«Muchas personas no pueden entender cómo los ardientes policías nazis de la Alemania Oriental pudieron convertirse en policías comunistas igualmente ardientes, ya que los los partidos parecen directamente opuestos. Pero lo único opuesto son los adjetivos. La posición nazi era Yo + (Nazi), Él — (Traidor), por lo tanto, lo mato. La posición comunista es Yo + (Comunista), Él — (Traidor), por lo tanto, lo mato. En ambos casos, aunque los predicados son contrarios, la posición es la misma: Yo + Él —, por lo tanto, lo mato. La norma es que un cambio en los predicados, por muy radical que sea, no cambia la posición ni el guión: en ambos casos, la persona acabará siendo un asesino, y eso es lo importante para él, no la clase de gente a la que mate. Por esta razón, nada es más fácil para un fanático, adecuadamente guiado, que cambiar de bando.»

¿Qué dice usted después de decir «Hola»? – Eric Berne

Para poner lo anterior en contexto, solamente mencionaremos que los símbolos + y – se refieren a lo que Berne llama «posiciones», y corresponderían a «bien» y «mal», respectivamente. Así, uno puede tener diversas posiciones en la vida tanto para como se percibe a sí mismo como para la idea que tiene de los demás. Por ejemplo, una posición Yo +, Tú – sería algo así como «Yo bien y tú mal». Por otra parte, los predicados se referirían a la manera concreta de estar bien (sea nazi o comunista) o mal (siendo cualquier otra cosa). Al parecer, lo que determina la vida de una persona resultan ser solamente las posiciones mientras que los predicados, aunque nos parezcan «tan importantes», no son sino algo más bien espúreo. Es decir, siguiendo el ejemplo propuesto por Berne, tanto da si soy un poli nazi o comunista. Lo fundamental es que mi vida gira entorno a acogotar a cualquiera que no sea como hay que ser, es decir, como yo.

Más allá de lo que estemos dispuestos a aplicar el análisis transaccional de Berne, lo cierto es que nos proporciona un criterio para empezar a distinguir cuando un cambio es «esencial» y cuando no lo es tanto, por más que lo parezca. Y creo que aquí está el punto fundamental. En muchas ocasiones, cambios aparentemente esenciales, por lo vistoso, resulta que mirados de cerca ya no lo son tanto. Al fin y al cambo, de poco me sirve pasarme del partido nazi al partido comunista si voy a seguir persiguiendo y matando gente.

Dicho de otro modo «el mismo perro con distinto collar». Y, en palabras del periodista francés Jean-Baptiste Alphonse Karr, «Plus ça change, plus c’est la même chose» (Cuanto más cambia algo, más sigue igual), expresión especialmente adecuada para la política.

Hechicería en su más pura expresión. ¿No os parece?

Nos vemos pronto argonautas,

David Magriñá