Luz en la oscuridad

Queridos Argonautas:

Entremos ya en el meollo del asunto. ¿Qué distingue una transformación verdadera de un cambio aparente? Quienes nos seguís, seguramente habréis reparado lo mucho que tanto a Marian como a mí nos gustan las historias fantásticas, con magos, hechiceros, dragones y héroes dispuestos a correr aventuras. En viajes anteriores hemos ido desgranando el papel del viaje en general y del héroe en particular como metáforas de los procesos de cambio y transformación a los que todos estamos eventualmente invitados. Pero si hay un elemento de estas historias que representa el proceso de cambio en sí mismo más que ningún otro, sin duda, es la magia… y el mago.

Y claro, cambios y transformaciones las hay de todo tipo. Las habrá «buenas» y «malas», o en un lenguaje algo más místico, al servicio de la luz y al de la oscuridad. Y, como no, habrá transformaciones verdaderas y otras que serán meras ilusiones de cambio aparente. Y es que la realidad es compleja. Resultaría simplista que una transformación fuera simplemente buena o mala. Además, no por ser permanente ha de ser necesariamente mejor que una ilusión. Del mismo modo, la ilusión no es mala en sí misma, sino en la medida en la que pueda ser pasada por realidad sin serlo. ¿Quién no ha disfrutado de las imágenes artificialmente creadas en una pantalla de cine con historias contadas por actores, verdaderos maestros del fingir? ¿o de un espectáculo de ilusionismo en el que nos maravillarnos de cómo son engañados nuestros sentidos y razón?

El mago (Tarot Rider-Waite)

El mago (Tarot Rider-Waite)

Las mismas historias de magos nos advierten de los peligros que conlleva adentrarse en los senderos de la magia y la hechicería. Magos encantados por sus propios sortilegios, seducidos por el poder que les confiere el mismo dominio de su arte, deslumbrados hasta la ceguera por la luz de sus propios descubrimientos. Sí, el camino de transformación está lleno de peligros, de aparentes atajos, de apetitosos desvíos. La verdadera transformación es delicada, peligrosa y, lo que es peor, permanente. Al menos, tanto como pueda serlo la propia esencia. A esta transformación algunos la llaman «alquimia».

De transformaciones verdaderas y sus riesgos trata el fragmento que os dejo a continuación. Pertenece a una de las historias sobre magos que más me ha impactado e incluso diría que influido en algunas de las etapas de mi propio proceso de descubrimiento. Se trata de «Un mago de Terramar», de Ursula K. Le Guin, una de mis escritoras favoritas (y me consta que también de Marian). Lectura, por cierto, sumamente recomendable y que os sugerimos de cara al próximo encuentro, si encontráis el tiempo y el ánimo para ello. Además, aún siendo de una cierta profundidad, resulta ligera y la mar de entretenida 😉

—Señor, todos estos sortilegios se parecen demasiado; se conoce uno y se conocen todos. Y cuando el hechizo pasa, la ilusión se desvanece. Bien, si transformo un guijarro en un diamante —cosa que hizo con una palabra y un rápido movimiento de la mano—, ¿qué he de hacer para que el diamante siga siendo diamante? ¿Cómo se consigue una transformación permanente?

El Maestro Malabar miró el diamante que centelleaba en la palma de Ged, brillante como la joya más preciosa del tesoro de un dragón. El viejo Maestro murmuró una palabra:

—Tolk…—, y el guijarro reapareció en la palma de Ged, no una piedra preciosa sino una tosca piedrecita gris. El Maestro la tomó y la retuvo en el hueco de la mano.

—Esto es una piedra, tolk en la Lengua Verdadera —dijo, mirando amablemente a Ged—. Una piedrecita de la Isla de Roke, una minúscula porción de la tierra seca en que viven los hombres. Esta piedra es ella misma. Es parte del mundo. Por medio de la Ilusión y el cambio puedes hacer que parezca un diamante o una flor o una mosca o un ojo o una llama… —La piedra se transformaba de instante en instante en las cosas que él iba nombrando, y volvía a ser piedra.— Pero son sólo apariencias. La ilusión engaña al observador; le hace ver y sentir que el objeto se ha transformado. Pero no lo transforma. Para transformar esta piedra en una gema tienes que ponerle otro nombre verdadero. Y eso, hijo mío, hasta con una piedrecilla tan pequeña como ésta, es cambiar el mundo. Se puede hacer. En verdad, se puede. Es el arte del Maestro de Transformaciones, y tú lo aprenderás, cuando estés preparado para aprenderlo. Mas no transformarás una sola cosa, un guijarro, un grano de arena hasta que no sepas cuál será el bien y el mal que resultará. El mundo se mantiene en Equilibrio. El poder de Transformación y de Invocación de un mago puede romper ese equilibrio. Tiene que ser guiado por el conocimiento, y servir a la necesidad. Encender una vela es proyectar una sombra…

«Un mago de Terramar» – Ursula K. Le Guin

 

David Magriñá