Hace pocos días, Marian y yo charlábamos sobre la temática de uno de nuestros próximos talleres, que hemos decidido que gire entorno al «sentido». El sentido en un sentido amplio: de la vida, por supuesto, pero también del contenido de ésta, de nuestras acciones, decisiones, circunstancias. De la libertad, sus limitaciones, nuestros condicionantes…
Inevitablemente surgió el tema del existencialismo, al encontrarse entre las bases de la propia gestalt. Y cuando hablamos de «Gestalt» nos referimos más a una filosofía y actitud ante la vida que simplemente a una escuela terapéutica. Entre cuestionamientos y reflexiones, intentamos evocar los posos que hubieran podido dejar en nuestra memoria los pocos textos sobre Sartre o de Nietzsche que leímos en nuestra juventud. (Reconozcamos que, por más que ambos seamos por naturaleza curiosos, lo cierto es que estamos más bien lejos de ser filósofos…)
Sea como fuere, nos sorprendía cierto ramalazo tirando a nihilista que, según recordábamos, se desprendía de aquellos primeros existencialistas. Una especie de resignada desesperación que seguía al descubrimiento de la futilidad de la propia existencia.
Y sin embargo, lo cierto es que una parte importante de nuestro camino se abrió, justamente, tras experiencias que apuntaban hacia el vértigo que sigue a semejante descubrimiento.
– «Es como si aquellos primeros existencialistas se hubieran quedado a mitad de camino», dijo de pronto Marian.
Nos miramos. Y ambos estuvimos de acuerdo.
Sí, pero ¿a mitad de camino de qué? Eso es precisamente lo que estamos tratando de enfocar. Y es lo que también os invitamos a enfocar, en especial a nuestro querido grupo de argonautas.
Os dejamos con este vídeo de una entrevista al Dr. Frankl, quien supo encontrar el sentido justamente allí donde muchos otros lo perdieron.
David Magriñá
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