Reverse - Jean Saville

Reverse – Jean Saville

¿Alguna vez os habéis preguntado de dónde viene la palabra «duelo»? Duelo viene del latín dolus, que significa, simplemente, «dolor». Sencillo, ¿verdad?.

Nada más lejos. Será sencillo de entender. Pero como suele pasar con las cosas demasiado obvias, a menudo resulta terriblemente complicado de transitar. Y mucho más en este extraño e infantilizado mundo que habitamos en el que cada vez nos da más repelús el dolor.

Y, para muestra, un botón. Hasta hace no tanto, cuando un familiar moría, era costumbre que los parientes más cercanos guardaran un periodo de luto (palabra que, por cierto, viene del latín luctus, que significa «pena» o «aflicción» y se usaba, especialmente, en casos de fallecimiento). El luto no es sino una tradición que permite una expresión externa y socialmente aceptada del dolor inherente a una pérdida. Cierto es que, en ocasiones, como puede ocurrir con todas las tradiciones que van quedando fosilizadas en las distintas sociedades, el luto podía caer como una losa sobre los familiares que se veían casi privados de la posibilidad de continuar con sus vidas. Pero también es cierto es que, en su aspecto más constructivo, el luto contribuía a dar expresión y reconocimiento social al dolor y permitía que la persona afectada dispusiera de un tiempo donde dejarse doler y sanar sus heridas con el apoyo más o menos explícito de su comunidad.

Ahora todo eso nos suena a chino. Somos tan libres que lo último que nos imaginamos es vestirnos de negro para mostrar nuestro dolor. No vaya a ser que nos releguen en el trabajo, o los «amigos» pasen de nosotros, o nos quedemos fuera del mercado y se nos «pase el arroz». Y así, mostramos orgullosos nuestra gran capacidad de sobreponernos, asistiendo al trabajo y rindiendo como el que más mientras el cuerpo de nuestro amado aún está caliente. O exhibimos pretenciosamente nuestro despecho ante la marcha de esa persona especial liándonos con cualquiera y dándole, paradójicamente, eso que creíamos tan valioso y apreciado al primero que nos sonríe o a la primera que nos pone ojitos de gacela. O, simplemente, nos atiborramos a pastillas, ya vengan de una bata blanca o de un callejón oscuro. Cualquier cosa con tal de adormecernos y anestesiar nuestro dolor pretendiendo así dejar atrás nuestra pérdida en un tiempo récord.

¿Os suena de algo?

Puede ser jodido de decir, pero si queremos superar cualquier pérdida necesitamos el dolor. No hay anestésicos. No hay atajos. No hay sustitutivos que valgan. Y superar la pérdida no significa que deje de dolernos. Una pérdida importante, un vínculo roto, por definición, no tiene remedio. Superar una pérdida significa aprender a caminar de nuevo sin eso que antes formaba parte de nuestra vida. Significa decir adiós y también honrar lo pasado. Significa hacer un hueco en nuestro corazón a aquello que estuvo y que ya no estará más. Porque si nos duele es porque lo amamos. Y si lo amamos no podemos dejarlo de lado.

No. No hay pérdida sin dolor. Y sin dolor no puede haber duelo. Y sin duelo, no hay sanación.

De nosotros depende.

Os dejo con esta canción que me acompañó en un viejo y oscuro duelo de hace ya casi 20 años. No está de más dejarnos interrogar sobre dónde tenemos escondido nuestro dolor. Además, está bien recordar que dolor no siempre va unido necesariamente a tristeza o depresión. El dolor… sólo es dolor. Y duele. Nada más. Y nada menos.

Con vosotros, Amparanoia con su canción «Dolor, dolor».

David Magriñá