Libro de mapas y gafas

El mapa.

¡¡Fue tan útil, tan importante, el mapa para andar por la vida cuando necesitábamos saber quiénes éramos!! Dar una respuesta a las miradas interrogantes de la gente, a nuestros propios ojos en el espejo, a esa voz que, al apagar la luz o al quedarnos en silencio, se deslizaba y sigue deslizándose desde nuestro corazón buscando poner las cosas medianamente en su sitio.

Los otros nos fueron confeccionando parte el mapa mientras nos encargábamos de contribuir a la construcción de los suyos. Aprendimos lo que somos, lo que no somos, cómo somos, cómo no somos, dónde podemos esperar llegar, qué se encuentra fuera de nuestro alcance… Y era todo verdad. Y era todo mentira al mismo tiempo.

El mapa nos dio forma. Nos permitió relacionarnos con cierta tranquilidad. Tenía sus partes dolorosas, desdibujadas, pero había líneas definidas que, al fin y al cabo, nos reconfortaban.

Quién soy yo. Porque yo soy alguien. Existe la posibilidad incluso razonable de que no sea, y tal vez resulte acertada y todo, pero lo que es seguro – vamos a dejarnos de piruetas – es que soy.

Con los pies sobre la tierra, el mapa marca la geografía, nos da conciencia de nuestro poder y de nuestra debilidad y responsabilidad acerca de cómo manejarlos. No lo desdeñemos. Vayamos completándolo. Utilicémoslo de herramienta tanto como sea necesario.

El mapa.

¡¡Nos ciega tanto, al mismo tiempo, el mapa!! Nos mantiene en esa capa superficial del ser donde no llegamos más allá de nuestras concepciones. Lo que creo que soy. Lo que creen que soy. Por qué. Cómo. Hasta dónde.

El mapa sólo tiene dos dimensiones y, si nos limitamos a esas dos dimensiones, nos aprisiona.

Pero por debajo del mapa, por encima del mapa… hay mucho más. Mucho y cierto.

Por eso iniciamos el viaje. Bueno, en realidad cada uno sabrá por qué.

Hay un conocimiento, una sabiduría, mucho más hondos, que discurren como aguas profundas en nuestro interior. Sobrepasan el mapa, lo desbordan y dotan nuestra vida de una claridad, una trascendencia, inimaginables. Entrar en contacto con esa parte de nosotros, o de esa conciencia colectiva más ancha que nosotros, nos transforma, cambia nuestra existencia.

Esto se hace con persistencia, con empeño, con decisión, con inocencia, con esperanza…

Y lo primero que salta en pedazos es el mapa. No para olvidarlo completamente, sino como medida, forma y confín de lo que somos.

El viajero que abandona su mapa empieza a andar por parajes por donde no hay caminos, sin saber qué aparecerá, con qué se encontrará ni qué tendrá que hacer para afrontarlo. No hay coordenadas ni dentro ni fuera. Es un acto de fe en que hay una realidad mucho más allá de lo previsible, en que vale la pena adentrarse en ella, en que sólo puede confirmarse experimentándola y en que tal cosa es posible. Paso a paso. Hasta aquí, lo conocido, o lo imaginado. A partir de aquí, quién sabe.

Citando esta vez la historia de «El Señor de los Anillos», concebida por J.R.R. Tolkien, vuelvo de nuevo al momento que David nos recordaba antes de nuestro anterior encuentro, en el que Sam Gamyi llega al límite de lo conocido, justo antes de dar el primer paso que lo llevará a los terrenos ignotos, a las aventuras que dan al traste con todos los planes, al descubrimiento en sí mismo de eso que nunca habría creído que era, a verse realizando esos actos de los que nunca se habría imaginado capaz…

– Se acabó. 

– ¿Se acabó qué? 

– Si doy un paso más, será lo mas lejos que he estado de mi hogar en mi vida. 

– Vamos Sam. Recuerda lo que Bilbo solía decir: Es peligroso, Frodo, cruzar tu puerta, pones tu pie en el camino y si no cuidas tus pasos, nunca sabes a dónde te pueden llevar…

Y, llegados aquí, es también importante considerar esto otro:

– Mi querido Frodo – exclamó Gandalf – los hobbits son criaturas realmente sorprendentes, como ya he dicho. Puedes aprender todo lo que se refiere a sus costumbres y modos en un mes, y después de cien años, aún te sorprenderán.

Tenía muchísima razón. Pues eso mismo. Sigamos abriéndonos a sorprendernos. Aquí os dejo el vídeo, viajeros.

Marian Quintillá