Mujer peinando a unas niñas

«María peinando a unas niñas» (Fotógrafo: José Miguel de Miguel. Exposición: «Alegría de vivir»)

El pasado lunes 15 por la mañana, me encontré en Facebook con una entrevista a Silvestra Moreno que compartía nuestra guerrera Carmen Creixell. Me impresionó mucho. A medida que la iba leyendo, iba teniendo la sensación de contemplar algo a la vez muy sencillo y muy valioso. Ima Sanchís, la periodista, lo expresó con exactitud: «Silvestra, una de esas personas que había ensanchado su corazón durante la guerra y la posguerra».

En justicia diré que, estrictamente, no pretendo hablar de Silvestra, aunque haya sido su entrevista lo que me haya sugerido este escrito: ni la conozco ni tengo ningún derecho a hacerla responsable de encarnar nada.

Sin embargo, ahí está. Cuestionando con su vida feliz, plena y en paz.

Eso es.

Una de esas personas que habían ensanchado su corazón durante la guerra y la posguerra.

¿Queréis saber qué es un guerrero? Pues ahí está, en quince palabras.

 

Ahora me quedo sumida en un silencio denso y aquí se podría acabar esta entrada.

Porque, en la guerra y la posguerra,  cabe esperar que el corazón se rompa, se endurezca, se lamente, se encoja, enloquezca,  se envilezca, se aterre, se duela, se aisle, se desespere… pero ¿que se ensanche…?

Odiar, temer, añorar, deprimirse, declararse en rebeldía, entregarse al resentimiento, a la queja, al rencor,  a la crueldad o la amargura… incluso hasta la heroicidad. Se puede actuar como un héroe o un mártir por amargura, odio o resentimiento. Se puede matar muriendo tanto como se puede morir matando. También inspirar así a otros, conseguir que nos hagan ofrendas, panegíricos, leyendas, estatuas y canciones. Que continúen emocionadamente – y acaso perpetúen – nuestro camino apasionado y torcido. Nuestra épica maldición.

Ensanchar el corazón, en cambio…

Desde luego, eso es otra cosa. Mucho más arriesgada.  O se hace o no se hace: sin duda, puede inspirar, pero no hay forma de imitarla, no hay visceralidad que la sustituya. Intentar emularla es construir un hinchado castillo de naipes que acaba cayendo con la primera brisa que se le vuelve en contra.

 

¿Queréis saber qué es un guerrero? Una de esas personas que ensanchan su corazón durante la guerra y la posguerra.

Ésa es su lucha, más grande que la guerra, más ancha que la posguerra. Sin enemigos que perseguir, a los que aborrecer, de los que espantarse. Comprometida con lo humano.

Ensanchar el corazón agrieta y hace estallar los propios planes, pone al servicio.

La guerra y la posguerra nos sitúan enfrente del núcleo de la principal elección que tenemos como seres humanos: vivir o sobrevivir. Sobrevivir o entregarse. Cuál es la prioridad para cada uno de nosotros, salvaguardarse o amar.

No se trata de que no procuremos conservarnos o conservar a quienes más amamos, sino de dónde está el centro de nuestro esfuerzo.

Miremos nuestras guerras y nuestras posguerras. Revisemos nuestro corazón. Veremos entonces si, a través de esas experiencias incontrolables, lo estamos sabiendo ensanchar o lo estamos haciendo más mezquino y resabiado. Si nos gana la gratitud o la frustración, la venganza o la misericordia, el resquemor o el aprecio.

Hasta que el corazón no se ensancha, la guerra no se acaba, la verdad es ésa. No caben componendas en este asunto, os lo aseguro.

Y abrirse a esa locura, a la alegría de abrazar con gratitud toda la grandeza, el amor y la luz que crecen como privilegiadas flores en los tiempos más sórdidos y tristes, de decidirse por elegirlos, por valorarlos e injertarlos dentro del propio ser, por enraizar en ellos la base de nuestro sentido y de nuestra acción, nos convierte en guerreros.

La guerra y la posguerra se acaban cuando pueden mirarse con amor.

Cuánto valor y perseverancia se necesitan para hacer eso. Cuánta humildad para desearlo. Y cuán traicionados se sentirán todos aquellos que, heridos o indignados, contaban con nosotros para seguir doliéndose, quejándose y odiando.

Un guerrero construye la paz verdadera y la paz verdadera no deja fuera a nadie. Lucha por, para, no contra.

La paz verdadera es difícil. Ganamos todos pero, en ese salto a ciegas en el que aún no se ve su forma, exige que todos estemos dispuestos a perder.

Dónde se ha visto más feliz locura.

«- ¿Tiene algún buen recuerdo de aquella dura posguerra?

– Una de mis hermanas mayores se iba al cine. Cuando regresaba, nos metíamos todos en la cama y nos explicaba la historia. Nunca he visto mejores películas, ni más vividas».

Me lo creo, Silvestra. Perfectamente.

Y deseo para mí y para todos nosotros la bendición de acabar nuestras guerras, de dejar atrás nuestras posguerras, de poder suscribir hasta el final de nuestros días, con el corazón ensanchado, la declaración con la que acababa su entrevista: Hay quién se queja: “¡Qué sola me siento!” Yo nunca me siento sola, miro hacia atrás y recuerdo todas las personas que he conocido y entonces me digo: “¡Qué largo y hermoso es el camino de la vida!”

Marian Quintillá