El pasado 22 de enero murió Ursula K. Le Guin. No me he enterado hasta hoy. Ahí van mi tristeza por su desaparición y mi gratitud por su obra. Descanse en paz, bendita sea. Comparto con vosotros un fragmento de su libro “Las tumbas de Atuán” que nunca he podido olvidar:
“—Ahora -—dijo él—, ahora estamos lejos, ahora estamos a salvo, ¡hemos escapado, Tenar! ¿No lo sientes?
Ella lo sentía. La mano tenebrosa que durante toda la vida le oprimiera el corazón la había soltado ahora. Pero no sentía alegría, no como en las montañas. Metió la cabeza entre las manos y lloró, y las lágrimas saladas le mojaron la cara. Lloró por los años que había perdido esclavizada a un mal inútil. Lloraba de dolor porque era libre.
Lo que estaba empezando a descubrir era el peso de la libertad. La libertad es una carga pesada, extraña y abrumadora para el espíritu que ha de llevarla. No es cómoda. No es un regalo que se recibe, sino una elección que se hace, y la elección puede ser difícil. El camino asciende hacia la luz; pero el viajero que soporta la carga acaso no llegue jamás a la meta.“
Ursula K. Le Guin, “Las tumbas de Atuan”
Marian Quintillá
Esta mujer me inició en la literatura fantástica siendo todavía un niño. Más tarde, en el Tao y, finalmente, en la poesía. Me descubrió riquísimos mundos internos y me mostró extraordinarias dimensiones del corazón y la belleza. Artista, filósofa, librepensadora como pocas y una de las escasas feministas cuyo discurso, no sólo respeto, sino que admiro profundamente, por surgir de lo más hondo del corazón.
Úrsula, fuiste tú quien escribió que el verdadero camino es el retorno. Ahora, tú misma vuelves a casa. Que tu luz nos siga guiando por muchos años. Por todo esto y por mucho más, gracias, mi desconocida amiga. Que encuentres la paz.