Vídeo del espectáculo «Alegría». Artistas: Cirque du Soleil.

«Respice post te! Hominem te esse memento!»
«¡Mira tras de ti! Recuerda que eres un hombre» (y no un dios)»
(Frase que, según Tertuliano, en la antigua Roma un esclavo iba recordando al general que desfilaba victorioso para evitar que cayera en las tentaciones de la soberbia y la omnipotencia.)

 

Preparémonos para la felicidad porque precisa de tanta fortaleza como la desdicha.

Solemos decir que es por miedo. Por miedo a ser felices, se entiende, a que esa alegría nos haga vulnerables a la pérdida, a la desilusión, a la curiosa incomodidad de dejar de ser desgraciados o necesitados…  Y sí, sí, eso es verdad, ya lo sabemos. El dolor de perder lo amado no es menos desgarrador que la tristeza de no haberlo conocido nunca, las expectativas no se cumplen tal como las habíamos planeado, la desgracia cae como un ladrón un sábado por la mañana mientras hacíamos proyectos durante el desayuno con la inocencia de los niños, quienes dejan de victimarse dejan también de poder vivir de rentas a costa de los que son capaces de valorar y agradecer lo que la vida les da… Pero esta vez no se trata de hablar de las dificultades para dejar llegar los buenos tiempos, sino de los riesgos de que nos encuentren con la cabeza loca y el corazón débil cuando vengan.

Creíamos que había que tener templado el corazón para los golpes. Y es cierto.

Sin embargo, no es menos cierto que los buenos tiempos nos vuelven ciegos con más facilidad que los difíciles, nos adormecen con sus deliciosas músicas y nos distraen. Quién no lo ha vivido aunque sea a ratos. Creemos que la juventud, el talento, el éxito, el carisma, la salud, la suerte, el acierto, el amor… nos pertenecen. Y nos hinchamos. Y nos engrandecemos. Y vamos andando con paso fuerte arrastrando tras nosotros una imaginaria capa de superalgo. Y perdemos de vista la sencillez, la humildad, la fragilidad. La vida nos trata bien, el universo nos complace, somos los hijos mimados de Dios porque nos lo merecemos…

Qué fácil es perderse en los días de sol, convertir la adoración, la satisfacción, el trabajo bien hecho, la fortuna… en un espejismo con el que hacer desaparecer el vacío como un ilusionista hace desaparecer a su ayudante y saca, a cambio, un conejo que nos mira asombradísimo de vernos aplaudir mientras lo agarran por las orejas.

Qué fácil es hipnotizarse con la risa, deslumbrarse con la belleza o con la capacidad de encandilar de cualquier modo, creer que los milagros los hemos obrado nosotros…

Y nos parece que todas esas cosas pueden sostenernos, llenarnos, ser nuestro sentido.

No.

Lo que de verdad nos sostiene es lo mismo en la alegría que en el dolor y los trasciende a ambos. Por eso no se alumbra con la enhorabuena ni se desespera con la tragedia.

Preparémonos para la felicidad porque precisa de nuestra fortaleza para mantener la modestia y el asombro, la gratitud, la vista bien enfocada, para que podamos llenarnos de entusiasmo, alegría y placer sin que se nos desboque el caballo. 

Y qué enorme agradecimiento por cada uno de los regalos recibidos, de los dones que nos han sido otorgados, de los frutos cosechados, de las experiencias que se nos ha permitido vivir… Qué inconmensurable belleza la de cada encuentro genuino, la de cada acto valioso y a menudo sencillo de amor…

Qué hermosos los dias de sol con el corazón templado, con el espíritu sereno. 

Vienen y van, legándonos un gusto dulce, profundo, que nada puede estropear. Aparecen o se retiran dejándonos la fuerza intacta, las alas y los pies a punto, sin más forma de nostalgia que una sosegada alegría sin fin.

Preparémonos para la felicidad porque es el mayor milagro que se nos concede, no depende de nada y no se acaba con nada.

Templémonos para que la alegría no se rompa en amargura, la satisfacción en fracaso ni la muerte en mutilación. 

Pero ¿cómo podemos prepararnos para lo que está por venir? ¿es que podemos?

No. Claro que no.

Sólo podemos sentarnos en el presente con las manos abiertas y el corazón sencillo, mirar cada mañana y cada noche la simpleza con la que se nos ha otorgado la oportunidad de dar algo más, de recibir algo más, de vivir un día más.

 

Marian Quintillá