«Carpe diem, quam minimum credula postero»
(«Aprovecha el día, no confíes en el mañana»)
Horacio (Odas, I, 11)

Carpe diem.

Toma el día porque nadie puede responder del mañana y además porque otra opción es una pérdida de tiempo. Quizá haya pocas cosas más valiosas y derrochadas que el tiempo.

Vive ahora.

Sin embargo, qué es vivir ahora. Qué haría yo si no hubiera un mañana. Difícilmente puedo saberlo cuando, vaya a haberlo o no, internamente estoy convencida de que sí.

Entonces me pregunto qué hacemos las personas cuando creemos que el presente levanta sus leyes y el mañana es incierto.

La primera imagen que me viene es la de los apagones en Estados Unidos: disturbios y saqueos. ¿De verdad lo único que contenía a toda esa gente era la luz…? Si no tuviera que perder nada ¿lo que querría sería romper un cristal y correr a mi casa con un televisor que no he pagado? ¿agredir a quien siempre he aborrecido? ¿violar y desvalijar?

¿Hago o no hago lo que quiero?

Después pienso en las guerras, en los campos de refugiados, los desastres, las muertes cercanas… Todas esas situaciones que sacan de nosotros lo mejor y lo peor, donde hay quien da su vida mientras otros se venden entre sí.

En serio. Qué hay verdaderamente dentro de mí, qué sería vivir el momento si ni el futuro ni la mirada de los demás me detuvieran en absoluto.

Carpe diem.

Si no voy a perder este minuto, para qué lo quiero.

Perpetrar venganzas, satisfacer deseos, acumular placeres, lograr éxitos, vivir experiencias… Qué es lo que de verdad, en lo profundo, me importa.

Muchas veces nos vamos preguntando cuál es nuestro corazón, pues es ése, el que nos guía cuando nos tomamos en serio el tiempo. Y descubrimos si es el tiempo del yo, el del tú, el del nosotros, el entregado a lo que es más grande que nosotros mismos… El del querer, el del deber, el del capricho…

Si ya no voy a perder el tiempo, qué haré con mi vida.

Entretenerme, no: ésa es precisamente la manera de atravesar las horas sin compromiso. Defenderme, tampoco: eso está encaminado a intentar que la existencia transcurra sin afectarnos. Atesorar, imposible: por todas partes se introduce el moho y hace de nuestras riquezas su imperio.

Si ya no voy a perder el tiempo, me veré a mi misma diáfanamente en cuanto empiece a dar el primer paso: ésa soy, eso elijo, eso construyo, esas consecuencias me lego y lego a quienes me rodean, eso siembro, eso quiero y decido para todos nosotros.

Carpe diem: soy lo que hago, ya no es a ver qué pasa, a ver qué trae, por si acaso… Cada segundo está abrumadoramente vivo con las cosas corrientes. Ya no hay sinsentido, vacío existencial… No. Ésa es la consecuencia de esquivar la hondura de las horas.

Soy feliz. Con todo o sin nada. Y si no, de qué voy, qué cuento me estoy contando.

Tomo el hoy y me inquieta mi falta de previsión por el mañana. Miro y amo. Eso es lo que ocurre. Miro, amo y basta. Y el amor se vuelve mucho menos mezquino porque es ya de verdad y para hoy, no para cuando los milagros se realicen o los vientos soplen propicios.

Carpe diem. Nadie me roba el tiempo ni yo lo mato. No es una feria: es vida de verdad. No es desentiéndete de todo lo que te estorbe, sino sé responsable hasta del más pequeño de tus actos.

Marian Quintillá