— Pero ¿cómo has hecho para crecer tan deprisa?
— Es un secreto.
— Cuéntamelo: también yo querría crecer un poco. ¿No lo ves? Me he quedado igual de retaco.
— Pero es que tú no puedes crecer —replicó el Hada.
— ¿Por qué?
— Porque las marionetas no crecen nunca. Nacen marionetas, viven como marionetas y mueren marionetas.
— ¡Oh, estoy harto de ser siempre una marioneta! —gritó Pinocho, dándose una cachetada en la cabeza—. Ya es hora de convertirme en un hombre.
— Y así será, si te lo sabes merecer.Las aventuras de Pinocho, Carlo Collodi
Una vez más, regresamos de nuestra travesía con nuestro grupo de Argonautas. Un recorrido repleto de aventuras, como suele ser habitual, pero muy marcado por el tema que propusimos como exploración, que en esta ocasión trataba sobre el discernimiento entre cuándo actuamos movidos por nuestro impulso animal y cuándo se eleva la voluntad del ser a través de lo que habitualmente denominamos «libre albedrío», si es que tal cosa existe.
Un viaje particularmente extraño, todo hay que decirlo. Con un viento que nos zarandeó cuanto quiso haciéndonos cambiar de rumbo a su antojo. Tormentas que se sucedían con asfixiantes calmas chichas. Y, de tanto en tanto, algún que otro enorme ser de las profundidades que amenazaba con engullirnos hacia su oscuro y profundo vientre.
Todo para recordarnos que la mayor parte del tiempo no somos más que marionetas bailando en el enrevesado entramado de fuerzas desatadas por algo tan inmenso que escapa totalmente a nuestra comprensión, y no digamos ya a nuestro control. Qué difícil, pero qué necesario, resultaba descubrir quién era ese que se ocultaba detrás de cada rostro, con la capacidad de tomar por momentos el timón y sujetarlo con la firmeza suficiente como para evitar que la nave naufragara, dándole la oportunidad de llegar a buen puerto.
En esta ocasión, ha sido la historia de «Las aventuras de Pinocho» el hilo conductor que nos ha acompañado a lo largo del viaje. Las incansables idas y venidas de una marioneta de madera entre la ignorancia y el conocimiento, entre la voluntad y las pasiones. Y, finalmente, entre el egocentrismo y el amor.
Porque si algo nos enseña esta historia es que, si queremos dejar de ser marionetas, necesitamos perder la inocencia, volvernos astutos y adquirir sabiduría. Pero nada de esto es suficiente para volvernos reales, ya que al final, sólo el amor puede encarnarnos. Claro que llegar hasta allí no resulta fácil. Es necesario recorrer todo un camino lleno de tropiezos, aciertos y errores. Y en eso andamos, aprendiendo, viviendo y caminando… paso a paso, como dice la canción que os dejo a continuación. Canción que nos estuvo acompañando (y en mi caso, aún lo hace) a lo largo de todo el fin de semana, y que me he tomado la libertad de subtitular sin tener demasiada idea del idioma.
Por cierto, vaya desde aquí mi agradecimiento a mi querida Simona Quartucci por su amabilidad al echarle un vistazo a la traducción, por eso de prevenir alguna que otra metedura de pata 😉 Espero que os guste.
Hasta que los vientos nos vuelvan a ser propicios, Argonautas.
David Magriñá
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