Me gustaría hablar de otras cosas, pero siguen aquí, empujando…
I
El miedo
El miedo produce sumisión y rebeldía, obsesión e irresponsabilidad, ortodoxia y desconfianza, negación y paranoia, espejismos de evasión y cuentos de terror, falsedad e ineptitud, lisonjas y violencia, bloqueo y atropello.
El miedo distorsiona ojos y oídos, enloquece corazones, enajena vísceras, traiciona dignidades e incapacita mentes.
Suscita fobia y contrafobia.
Nos aísla y nos aborrega. Nos fusiona y nos divide.
Es difícil de manejar con sabiduría. De sostener con serenidad.
Reclamamos vivir sin miedo, pero lo cierto es que sin miedo estaríamos muertos porque no podríamos ver ni comprender los peligros reales. Aún menos nuestros límites.
No conoceríamos la prudencia, la templanza, la precaución, el riesgo ni, sobre todo, la valentía.
La cuestión es de qué modo hacernos con el miedo cuando es natural que esté, convertirlo en herramienta, en sensor, en fortaleza…
El Guerrero que no conoce el miedo aún no es un Guerrero.
El Guerrero que no cuenta con él, tampoco.
II
Tiempos de guerra
Los tiempos de guerra son difíciles porque apenas nadie puede ver bien la realidad y aún menos actuar sobre ella de una manera sanadora.
Todos vislumbramos algunos trozos. Cosas que hay que defender y cosas que hay que destruir, cada uno las suyas. Y nos sentimos amenazados por algo que está fuera.
De cuanto somos, nos identificamos con una pequeña parte que parece a punto de diluirse y, con ello, arrastrarnos a la aniquilación. Somos humanos. Si reconociéramos serlo antes que ninguna otra cosa de las que surgen a partir de nuestra humanidad, la situación sería completamente distinta, pero tenemos gran facilidad para reconocernos casi siempre como alguna de esas otras cosas antes que humanos, lo cual nos permite escindirnos y arrasarnos.
Es posible que nos demos cuenta de la gravedad de esta situación colectiva; sin embargo, cuando intentamos intervenir para reequilibrarla solemos echar más leña al fuego.
A veces, durante los primeros tiempos de guerra, antes de que la destrucción indiscriminada sea evidente para todos, parece que no hay tal, sino que simplemente algo extraordinario está a punto de eclosionar.
La pérdida de contacto con la realidad parece entonces una puerta ancha a la transformación. Pero la transformación no tiene puerta ancha.
Y retorcemos nuestros planes y nuestros discursos intentando forzarla. No sirve para nada. Cualquier cosa que no parta de que somos lo que somos carece de raíces.
En tiempos de guerra todos damos gran importancia a los distintos motivos para la división, cuando la realidad es que la división precede a los motivos, que no son más que excusas para canalizar una agresividad que necesita sentirse legítima.
En tiempos de guerra, el Guerrero está solo porque nadie quiere acabar la guerra sino vencer, debido a lo cual todos lo ven como adversario y como extraño, condiciones que en esos momentos resultan ser lo mismo.
Un dolor profundo o una sincera conmoción pueden entonces ponernos en la encrucijada de convertirlos en resentimiento y temor o en claridad. Cualquiera de los dos caminos es posible. Los lugares a los que conducen, muy distintos.
El Guerrero que atesora la guerra aún no es un Guerrero.
El que se vende, se enreda o se deja cegar, tampoco.
III
Una batalla más
Vivíamos en un mosaico de contiendas con cada vez más frentes y cada vez más facciones.
Ya nadie escuchaba ni miraba a nadie mientras volaban hacia todas partes difamaciones en una espiral creciente hasta que el griterío acababa pareciendo ley.
Vino la realidad y pegó un puñetazo en la mesa. Por un momento, todos nos quedamos boquiabiertos.
Pero sólo fue por un momento. Después hicimos de ello otra batalla.
Para la guerra, la realidad no existe. Sin embargo, no hay nada más inexorable. Tal vez por eso no la soportamos.
Me pregunto si estamos condenados a devastarnos cíclicamente o si hay posibilidades de detener la máquina, una vez puesta en marcha, antes de que triture todo cuanto después nos horrorizará haber triturado.
Si aún es posible entonces integrar, renovar, superar… en lugar de arruinar y hacer sangre.
Si aún sigue habiendo suficientes Guerreros.
Marian Quintillá
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