Magellan’s Voyage (Vladimir Kush)

El Guerrero construye y salvaguarda la paz.

Otra cosa es una perversión de su razón de ser. Y muy frecuentemente, para construir y salvaguardar la paz son necesarios mucho más valor, disciplina, ecuanimidad, amor y sacrificio que para mantener encendido el fuego de la batalla.

Por eso es el Guerrero el que se ocupa de la paz.

No hay paz sin centro.

No hay paz en un camino sin corazón.

Porque somos humanos y no podemos contar más que con nuestra humanidad tal como es.

El Guerrero desbroza y protege la libertad.

Tampoco la libertad es posible sin centro. Por eso un camino sin corazón no puede tenerla.

Ni paz ni libertad. Quizá quietud y desorden, pero no se trata de lo mismo.

Con el animal bajo la piel, únicamente los fuertes pueden manejar el amor y el poder. La paz y la libertad son tan complejas como frágiles. Requieren de entrega, generosidad y constancia.

La guerra es lo que surge espontáneamente ante las tensiones, las contrariedades y los deseos. También las ataduras a todo aquello que nos promete placer, dominio o protección.

Podríamos intoxicarnos con nuestras propias ansias. Para ser sinceros, nos intoxicamos.

Ni la libertad ni la paz son derechos, sino regalos preciosos que exigen cuidado y atención.

Los estiramos, los pateamos, los desdeñamos, creemos que nos los merecemos… Somos criaturas arrogantes.

Los rompemos y su ausencia nos arroja al infierno. Sólo entonces, con suerte y si logramos alcanzar la humildad en la desgracia, llegamos a saber cuánto valen.

El Guerrero rescata de nuestros vertederos la libertad y la paz maltrechas. No se deslumbra por los espejismos hacia los que corremos abandonándolas.

Ninguna de las dos es, en realidad, despampanante o seductora. Se diría que exigen más que dan, pero no es cierto.

Ambas pueden hacerse odiosas. A menudo quisiéramos sacudirnos sus molestas exigencias. Para ser sinceros, a menudo lo hacemos.

Salimos gritando sus nombres, pero no las llamamos a ellas.

En el corazón del Guerrero, la paz y la libertad se afianzan. Mientras vive, lo hacen bendición para el mundo y administrador de sus días.

No pueden separarse.

Ojalá podamos construirlas. Para ser sinceros, ojalá podamos desearlas.

Marian Quintillá