Dedicado a los guerreros que el pasado fin de semana del 8 al 10 de noviembre nos llevaron con sus proezas y sus vicisitudes a través del viaje de la 18ª edición del taller del Guerrero Interior. Gracias por tanta realidad, por tanta lucidez, por tanta sensibilidad, por tanta valentía…

Genealogy tree (Vladimir Kush)

Genealogy tree (Vladimir Kush)

En la sala vacía reverberan los ecos del miedo.

Mil miedos, entre miles de miedos, por decir algo… Miedo a dañar y a ser dañado. Miedo a no poder proteger a la gente de salir quizá herida. Miedo a arriesgar y hasta a ver arriesgar, incluso aunque quien juega asuma los riesgos y disfrute de las ganancias con valor, consciencia y alegría. Miedo al coste de ganar y al de perder. Miedo a que algo terrible surja de nuestro interior y ya no sea posible contenerlo o ignorarlo. Miedo…

Esa fuerza que se nos antoja enorme y que nunca ha tenido ocasión de experimentar el descanso de encontrar enfrente un límite igual de firme y sano que le dé medida. Esa fuerza que experimentamos como exigua, que tampoco ha tenido nunca la oportunidad de descubrir hasta dónde es capaz de llegar, en realidad.

Destruir. Destrozarse.

Fantasmas. Todos ellos muy razonables, muy comprensibles, pero al fin y al cabo, fantasmas.

La vida no nos mantiene a salvo. Nunca.

Y esa certeza, más o menos velada, llena nuestros días de estrategia y nuestras noches de fantasmas.

Pensar en vacío. Cerrar los ojos a la realidad. Vivir en un mundo confortable e inventado en el que nos damos la razón.

¿Quién no firmaría?

Los vivos.

Los guerreros.

Los que no se rinden ante los espejismos con los que intentamos convencernos de que la civilización no es simplemente humana, hermosa y útil, sino que ha conseguido hacerse con las riendas de las leyes del universo.

Vale la pena vivir.

Aprender, magullarse, agrietarse, irradiar o reflejar la luz…

Salir de nosotros, de nuestros pequeños jardines a los que, a pesar de nuestros planes y nuestros seguros, también los huracanes reducen a escombros.

Morir, incluso.

He tenido que saltar muchas veces al vacío pero nunca he podido contar con que hubiera alguien para recogerme…

Qué extraños mundos, el de nuestra experiencia y el de nuestra memoria.

Para qué querrías el tiempo si pudieras tener el poder durante unos instantes.

Como si cada día no lo tuviéramos…

Para qué lo querrías, sin embargo.

Sólo a la hora de la verdad sabemos quiénes somos. Mientras tanto, podemos contarnos cuentos.

Y la verdad fue todo lo que atravesamos. Lo que descubrimos.

Para qué quieres la vida, al precio al que cuesta.

Un día moriremos. Cuánto tiempo vale la pena pasar rodeado de fantasmas.

Abrir caminos.

Lo hicimos porque no estábamos solos.

Y fue verdad. De lo contrario, cuánto habría valido…

Todo era cierto.

Por eso. Sólo por eso.

En la sala vacía, reverberan los ecos del amor.

Marian Quintillá