Esta entrada está dedicada a los Guerreros que el pasado fin de semana del 10 al 12 de noviembre llevasteis a cabo el viaje del Taller de Otoño de El Guerrero Interior. Con nuestro cariño y agradecimiento.

«Tikún Olam (la reparación del mundo) Si puedes ver un pedazo del mundo que debe ser reparado y como repararlo entonces has encontrado el pedazo de mundo que Dios te ha dejado para que lo completes. Pero si solo logras ver lo que está mal en el mundo significa que tú eres el que necesita ser reparado.»

Rabbi de Lubavich Menahhem Shneerson

Renacer al asombro (Autora: María Teresa Blasco)

Renacer al asombro (Autora: María Teresa Blasco)

Iba yo pensando en la mirada y hablando con David de lo poco que llegamos a entrever de la mística judía cuando – no puede ser casualidad – mi amiga Tere (filóloga y escritora a quien algunos de vosotros conocéis también como Iubira Once del Delta) nos regaló en Facebook esta cita del rabino de Lubavich. La cita y una foto en la que una antropóloga americana contempla, desbordada, las pinturas de Altamira. A ella, le sugirió un poema que podéis leer en este vínculo. A mí, me pareció que no podía empezar este escrito con mejor introducción. Gracias, Tere, por traérnoslo y permitirme usarlo. 

Si la mirada no se cura, nada se cura.

Y la mirada abarca el pasado, el presente y el futuro. 

Es cierto que no podemos cambiar lo que ha pasado, pero sí que podemos cambiar nuestra mirada hacia el pasado, no para reinventarlo a nuestro antojo, sino para completar la visión, para ampliarlo y contemplarlo con corazón y así acceder a una verdad mayor. Y un pasado verdadero, mirado desde el corazón, por muchos acontecimientos terribles que haya contenido, en realidad es un pasado mucho más pleno, más nutricio, más profundo y digno de celebración que esos recortes con los que nos hinchamos, nos deprimimos, nos resentimos o nos enorgullecemos habitualmente. 

Y si esto es así incluso para el pasado, que ya no hay quien lo toque, qué no será para el presente y para el futuro. 

La mirada de amor nos cura y cura al mundo. Pero, si la mirada está enferma, qué nos queda entonces.

Las mismas cosas, las mismas acciones, las mismas locuras, las mismas medianías y las mismas genialidades pueden aparecer como luces inundadas en misericordia o como caricaturas dibujadas por el odio o el miedo. Todo depende de la mirada. 

Esto es importante. La mirada no crea la realidad: la mutila, la adorna, la tergiversa o la acoge.

Decimos que el Guerrero no es quien hace la guerra, sino quien acaba con la guerra, que el Guerrero sólo se mete en la guerra para concluírla. Y no es posible finalizar la guerra sin curar la mirada. 

Después, probablemente habrá que hacer otras cosas, no digo que no, pero sin transformar los ojos todo se vuelve hostil y deformado, dentro y fuera de nosotros, y eso no nos permite distinguir con claridad las acciones necesarias para reparar lo que vemos, sino frecuentemente elegir justo las que lo van a empeorar.

Me estoy acordando de Kay, el niño de «La Reina de las Nieves» de Andersen, al que se le había alojado en el ojo un trocito del espejo burlón de los duendes y, desde entonces, veía lo desfigurado, lo deficiente y lo horrible de todas las cosas, y se le iba quedando el corazón tan frío que la Reina de las Nieves apenas tuvo que hacer nada más que envolverlo en su belleza para volvérselo de hielo.

Y del viejo Ebenezer Scrooge, de la «Canción de Navidad» de Dickens, que se había hecho así para defenderse de la vida y además le parecía la mar de razonable, pero bien que se acabó alegrando de que se le rompiera la cárcel en la que se había encerrado tan concienzudamente.

Cuentos de invierno mientras la Navidad empieza a asomar en el horizonte.

Los corazones de hielo a veces vienen de ojos de hielo y a veces de ojos de fuego. Los corazones de fuego a veces vienen de ojos de fuego y a veces de ojos de hielo. Poco importa. Las pasiones y su impasibilidad. Incendiar o congelar es más o menos lo mismo. 

Empecemos por curar los ojos, despacio, con cuidado, para que veamos realmente y podamos poner tanto corazón como sensatez, tanta entrega como fuerza en la mirada. 

La mirada se cura con amor y paciencia.

El Guerrero no ve monstruos, personajes ni parodias: ve gente de verdad. Verla es la única manera de encontrarse con ella, de volverse real en un mundo real y salir así de un cuento de fantasmas. Y es con la realidad y con la gente con quien se puede levantar la paz.

Incluso dentro de mí, ¿quién es esa criatura que me invento, inocente o terrible, imbatible o indefensa, extraordinaria o tullida…? Yo, no. Y si yo no soy real ni tan siquiera ante mí, qué puede serlo a mis ojos.

Sanando la mirada, podremos sin duda encontrar lo que nos corresponde reparar a nuestro modo. Con los ojos enfermos, únicamente abriremos más heridas intentando cerrar las que captamos, destruiremos intentando construir. Eso no es nuevo: hemos llenado de estos desastres nuestras historias y la historia que todos compartimos. Lo nuevo es asumir la responsabilidad de curarnos antes de salir resueltamente a la batalla ciegos o enloquecidos por distorsiones y alucinaciones.

Andarla paso a paso, contemplando, considerando…

Quién puede mirar con ojos de luz, con ojos de amor, con un corazón fuerte y sabio. 

No hay prisa, pero cada escalón debe ser cuidadosamente construido. Preparemos el tiempo. Trabajemos en ello.

Tikún Olam.

Marian Quintillá