Birth of Love (Vladimir Kush)

Birth of Love (Vladimir Kush)

 

«Así aprendió Arturo la lección que todos los caudillos aprenden con perplejidad: que la paz, y no la guerra, es la que destruye a los hombres; la tranquilidad, y no el peligro, la madre de la cobardía; la opulencia, y no la necesidad, la que acarrea aprensiones e inquietud. El rey descubrió que la anhelada paz, lograda a un precio tan amargo, engendraba más amarguras que la angustia padecida para alcanzarla.»

John Steinbeck. «Los hechos del rey Arturo y sus nobles caballeros».

Es escalofriante, pero por todas partes encontramos una y otra vez evidencias de que los pueblos se debilitan cuando  logran mantenerse viviendo en la estabilidad y el bienestar por los que tan duramente han luchado a lo largo de su historia. Las gentes nos abandonamos tras haber conseguido al fin la situación que nos permite relajarnos, aflojarnos, sentirnos seguras y disfrutar. Nos convertimos entonces en el norte de nuestras propias brújulas y después de eso, lógicamente, ya sólo nos queda perdernos. La felicidad nos parece un derecho; el placer, un refugio o un fin.

Nos desgajamos de lo profundo de la vida.

Lo que se vislumbraba como el paraíso, aquello con lo que soñábamos, por lo que nos esforzábamos, se convierte en decadencia.

Perdemos el sentido. Banalizamos el vacío, que resulta tan insoportable como fácil de llenar con ruido y sucedáneos.

Cómo mantener el centro cuando ya no está en juego lo más valioso.

Oh, pero sí que lo está. La realización más profunda.

Si quieres acabar con tu enemigo, no lo asedies. Por el contrario, ofrécele  agasajos, distracciones y comodidades. Con seguridad, tendrás muchas más posibilidades de anular la fortaleza de su espíritu, el vigor de su cuerpo, la luminosidad de su alma y la claridad de su mente.

Así, después de una época dorada y plena con fecha de caducidad, una en la que cosechamos los frutos de nuestra tenaz entrega sin haber olvidado todavía hacia dónde íbamos y de dónde veníamos, nos rendimos a un desasosiego perezoso que busca alicientes para sentirse bien. La batalla, el peligro, el dolor… nos conectaban con la vida, se mezclaban con una alegría brillante. La tensión. La esperanza. El descubrimiento del dinámico baile entre nuestras capacidades y lo desbordantemente sorprendente de la existencia. Lo que el corazón humano es capaz de sostener, de transformar… Lo que aquello que es más grande que nosotros puede llegar a otorgarnos…

Cuando todo esto acabe, cuando ya esté hecho… Mientras lo soñábamos, en nuestra imaginación las escenas tenían rostros sonrientes, aplomo, plenitud, luz del sol… De dónde sale entonces este apoltronamiento gris. este reblandecimiento en el que la calma parece legitimarse como una especie de dejadez merecida.

O esa sucesión de interminables desafíos que no dejan hueco a la desazón del silencio.

Y nos entretenemos con todo o con nada. Y añoramos el impulso o lo que lo estuvo vertebrando.

Anhelamos la paz pero el problema luego es sobrellevarla.

Qué le ocurre al Guerrero cuando se acaba la guerra…

Quién es el Guerrero sin guerra.

Cuál es el corazón de nuestra paz.

Ésa es la conquista insondable.

Desde el principio, hablábamos de la importancia de andar un camino con corazón, nos preguntábamos si tenía corazón nuestro camino, pero el corazón del camino que recorremos no es sustancialmente distinto del corazón del lugar al que llegamos.

Dónde vamos…

Es cierto que el sentido es el viaje en sí mismo y es igual de cierto que resulta artificioso separar el viaje del arribo; viajar tan sólo para llegar, tan absurdo como viajar para no acabar de llegar nunca.

Tal escisión y tales decisiones no nos corresponden a nosotros.

Lo que sí es cosa nuestra es preguntarnos cuál es el corazón del regazo en el que descansamos. El de nuestro destino.

Marian Quintillá