¿A qué nos referimos cuando hablamos de celebrar?

Estamos acostumbrados a asociar las celebraciones con hechos o fechas concretas: se celebran las bodas, los éxitos, los aniversarios, los triunfos. También con fiestas en las que nos reunimos con las personas que nos importan para compartir el gozo de aquello que deseamos celebrar. Fiesta implica abundancia, por supuesto. Pero, sobre todo, implica a los otros. Difícilmente podremos celebrar algo en solitario, a no ser que en nuestra soledad seamos capaces de invocar a ese otro, sea material, imaginado o trascendente. No por nada resulta que la palabra celebración viene del adjetivo latino «celeber» que viene a significar algo así como frecuentado, numeroso y abundante. Y se contrapone a «desertus» que, como es fácil imaginar, significa desierto o abandonado. Si queremos que algo sea frecuentado, habrá de ser compartido.

Árbol de la vida hundiendo sus raíces en la muerte.

Así que tenemos abundancia y gozo compartido. Y, sin embargo… celebrar… ¿el qué? ¿Realmente hace falta una fecha? ¿Un acontecimiento gozoso? ¿Ha de ser alegre? No puedo evitar pensar que cuando realizamos ese rito al que llamamos funeral también hablamos de celebrar. Y lo cierto es que por más que (obviamente) el tono de la celebración sea bien distinto al de una boda o un cumpleaños… ¿acaso no hay un verdadero gozo en el sincero reconocimiento del amor que nos unió a esa persona a la que despedimos, de la vida que compartimos y del amor que aún nos une a los que allí nos juntamos en su nombre? Al menos para mí, la despedida de un ser querido no deja de ser sino una (dolorosa, eso sí) celebración de la vida misma y su misterio. La que tuvimos. Y la que aún tenemos.

Os dejo con un poema de Marian en el que, a su manera, puede encontrarse esa actitud celebrativa en un sentido amplio, que ya vamos intuyendo y que os proponemos explorar: Celebrar la vida, simple y llanamente. Nada más… y nada menos.

David Magriñá


A estas alturas

A estas alturas de la vida
en que volver atrás es imposible,
si es que una vez se pudo,
abro la caja de las fantasías
y descubro
que el material que compuso los sueños
tan sólo es hojarasca.

Verde brillante ayer,
hoy migaja castaña y quebradiza.

Esta mañana cantan
las nubes y las tazas de café
porque soy libre de mis ilusiones,
porque puedo dejarle a aquella niña
sus juguetes de niña
sin huecos ni amarguras.

La vida
no era como pensábamos.
Claro que no, por eso la pensábamos,
para que imaginarla nos ayudara a andar.
Ya no hace falta.

La nostalgia de lo que no pasó,
de lo que pasó asá,
es veneno vacío,
eterna obcecación de adolescencia
que pretende saber cómo es el universo
más y mejor que el universo mismo.

Dejadme que celebre la vida que sí tuve,
la vida que sí tengo,
los amores que son y que me arrastran
día tras día devastando mis planes,
desbordando las lindes de mis sueños.

Marian, 2 de febrero de 2018

Publicado en el nº 78 de la Revista de literatura Alga