Taburete con perro

Nos disponemos a empezar a contaros de una manera sencilla en qué consiste, en la práctica, la terapia gestalt. A lo que nos referiremos hoy es al conjunto de tres patas en el que se apoya el escabel de la experiencia gestáltica: lo que llamamos presencia, consciencia y responsabilidad.

Presencia

Es muy sencillo. Se trata simplemente de estar con lo que hay aquí y ahora. Y cuando nos hemos referido a algo sencillo y simple, no hemos querido decir que sea necesariamente fácil, sobre todo al principio. Acostumbramos a estar demasiado habituados a encontrarnos dándole vueltas al pasado, fantaseando sobre el futuro o teorizando acerca de las distintas cosas que nos pasan o que creemos que nos pasan. Por el contrario, raramente nos detenemos a estar con nosotros y con lo que nos ocurre, a dejarlo suceder tal como es, en el momento presente, permitiendo la experiencia y escuchándola en lugar de evitarla y convertirla en cháchara interna (o externa).

Pues esto es lo que hacemos: favorecemos que este contacto con la realidad suceda poniendo atención en ello tal cual es. Como terapeutas, nosotros acompañamos, facilitando la experiencia, centrando la atención, haciendo de espejos, poniendo en evidencia lo que se está dando, etc… Como pacientes o clientes, las personas van experimentando su ser y atravesando su acontecer, y este estar aquí y ahora en la realidad de lo somos y de lo que nos pasa nos conduce de forma natural a la segunda pata del taburete. La consciencia.

Consciencia

Llegados a este punto, nos parece que es importante hacer una distinción. Seguramente, muchos de nosotros podríamos decir sin faltar a la verdad: Yo ya sé como soy y lo que me pasa y saberlo no me sirve de nada. Pues sí. Éste es uno de los motivos por el que los libros de autoayuda – benditos sean – pueden ser útiles y reconfortantes pero rara vez logran sustituir con éxito el encuentro terapéutico cuando éste es preciso. Pensadlo bien. Si de eso se tratase, a estas alturas, los terapeutas y los problemas humanos de este tipo ya habríamos desaparecido felizmente. Y no seríamos nosotros quienes nos quejáramos de ello.

Cuando hablamos de consciencia, no hablamos simplemente de una comprensión intelectual de nosotros (ni siquiera de una comprensión intelectual de nuestras emociones) y de nuestra situación, aunque también haya una parte de comprensión intelectual en ella. Se trata, por el contrario, de una comprensión vivida. Encarnada. De la experiencia de estar presentes aquí y ahora con todo lo que somos (en la medida en la que vamos pudiendo hacerlo), surge fluidamente un darse cuenta que se lleva a cabo también con la totalidad de lo que somos.

Ahora nos hemos detenido, porque lo que tocaría es que os dijéramos que la totalidad de lo que somos es cuerpo, sentimientos y emociones, imágenes mentales y pensamientos, espíritu… Y sería verdad, pero una verdad analítica. Hemos inventado todas estas palabras – muy bien inventadas, por otra parte – para expresar que no nos reducimos a una o dos de estas facetas, sino que las tenemos todas, pero al mismo tiempo hemos corrido el riesgo de meternos en el berenjenal de acabar considerando que estas “partes” nuestras son entidades independientes, como piezas de un mecano, que – ensambladas – acaban dando lugar a unos complejos robots que somos nosotros. Y además, es verdad que en ocasiones así lo parece, y – por poner un ejemplo – puede darnos la sensación de que, en un momento dado, la causa de nuestro sufrimiento es que la cabeza y el corazón tienen pareceres contrarios sobre un mismo tema, tiran cada uno hacia su lado, y que de lo que se trataría sería de dilucidar a cuál de los dos hay que hacer caso y a cuál hay que meter en vereda.

Bien, pues cuando os hablamos de la totalidad de lo que somos, por el contrario, nos referimos a personas en quienes, en efecto, podrían reconocerse todas esas partes, pero básicamente somos seres completos cuya realidad supera la simple suma de estas facetas.

Y lo que buscamos es ir tomando consciencia vivida de lo que hay desde todo lo que somos, de la manera más completa posible y hasta donde a cada momento sea posible.

Esto en sí mismo ya supone un cambio transformador porque no es lo que estamos acostumbrados a hacer. Al revés, lo que solemos es dividirnos, escindirnos, decidir a priori lo que es una realidad aceptable y lo que no, intentar amputarnos lo que nos parece que sobra e inflar lo que nos parece que falta, y pelearnos más o menos con todo eso. A menudo, simplemente este darse cuenta que antes os hemos descrito resulta en sí mismo integrador y, desde esa integración y esa nueva visión, las cosas ya no pueden seguir siendo como eran antes, ni siquiera aunque quisiéramos..

En cualquier caso, tal como lo vemos, sólo desde esta presencia y esta consciencia podemos sostener verdaderamente la responsabilidad.

Responsabilidad

La palabra responsabilidad significa ni más ni menos que capacidad de responder, de dar respuesta. Una vez que nos vamos dando cuenta de un modo más integral de quiénes somos, de dónde estamos y de lo que nos pasa, podemos ir dando respuesta a la realidad, más allá de creencias, prejuicios y fantasías. Y esta respuesta, que podrá ir variando a medida que nos vamos recuperando y capacitando a lo largo del proceso, haciéndonos con partes ignoradas o no comprendidas de nosotros mismos, podrá ir siendo también una respuesta más ajustada a lo que verdaderamente necesitamos, queremos y podemos sostener.

En qué van consistiendo estas respuestas, obviamente, no es decisión ni consejo del terapeuta – bastante tenemos con ir responsabilizándonos de lo que hacemos con nuestras vidas para pretender saber qué es lo mejor que pueden hacer los demás con las suyas -, sino del cliente, o paciente, o como gustéis llamarlo. Esto a veces desconcierta porque a todos, en un momento u otro, y sobre todo en etapas de gran sufrimiento, nos encantaría que hubiera recetas, instrucciones o trucos que nos permitieran, simplemente llevándolos a cabo, salir de la oscuridad o el infierno en el que nos encontramos, y no es raro que vayamos a terapia buscando justamente eso, dar con un especialista en la vida que nos escuche, nos diga “pon una mano aquí y un pie allá, y cuando te digan tararí contesta tarará”, y con ese saber suyo desfaga los entuertos – que diría Don Quijote – ponga orden en el caos y haga salir el sol. No vamos a discutir si eso existe ni si un adulto humano (o incluso un adolescente humano) soportaría realmente tal forma de funcionar en la vida, sólo diremos que en gestalt ni podemos ni sabemos trabajar así.

Responsabilizarse es hacerse cargo. De lo que somos. De lo que pensamos, sentimos y hacemos. De lo que queremos y lo que no queremos. De lo que podemos y lo que no podemos. De lo que sabemos y lo que no sabemos. Incluso de que quizá haya cosas de las que no vayamos a hacernos cargo. Tal como lo vemos, es lo único que nos permite elegir en la medida en la que podemos, en lugar de reaccionar rígidamente del modo al que estamos acostumbrados.

Y cuando decimos ser responsable, lo decimos en este sentido. Intencionadamente, no tiene demasiado que ver con ser culpable o no serlo. De hecho, somos responsables de lo que nos gusta y lo que no, de lo que somos culpables y de lo que no lo somos. Y hasta de lo que no hemos elegido. Aunque aparentemente sea una paradoja, eso es lo que nos permite liberarnos.

Marian Quintillá