«Un pegamento cósmico que reúne los fragmentos rotos;
a veces siento una alegría inmensa que da al corazón un espacio mullido;
o una dolorosa punzada que me atraviesa…»
Margarita Pérez Thoden

Aquí me emplazó Margarita después de mi última entrada. Aquí me quedé, como uno de esos dibujos animados que se estampan contra la pared dejando recortada su silueta, o como una bailarina que se encontrara con que, cada vez que inicia un ademán, el movimiento se le desvirtúa. Pero tienes razón, Margarita: no nos queda más remedio que intentarlo.

No sé qué es el amor ni puedo saberlo porque el amor es más grande que yo y no cabe ni en mi corazón ni en mi cabeza. Porque es él quien me cambia y quien me descubre en lugar de ser yo quien lo dirige. Éste es el primer lugar en el que, apoyando el pie, siento que el suelo no se hunde debajo. Y además, a partir de aquí, ya podemos decir lo que nos parezca.

No sé qué es el amor, pero el amor es.

Muchas veces he creído que sí: sentimientos, emociones, afinidades, pasiones, deseos, sufrimientos, alegrías… demostraciones, incluso. Y en cada etapa de mi vida era un poco distinto.

Qué va: hojas secas de otoño, flores de una estación, reductos de calidez condicionada. Acompañamientos.

El amor es la mayor fuerza de nuestra naturaleza. La única que logra hacer de nosotros lo que somos porque nos quita el miedo a perder y a morir sin arrancarnos en corazón en ello. Nos hace fuertes, bellos, íntegros, compasivos y generosos.

Cuando le damos la espalda, a menudo resultamos débiles o miserables. Pero eso es por el miedo, que sin él nos invade, nos pone defensivos, aferrados a nuestros pequeños tesoros, a nuestros estrechos sueños… temerosos de quedarnos sin nada, de sufrir…

El amor se lleva todo por delante porque se nos lleva por delante a nosotros. No a los otros: a nosotros. He ahí la diferencia fundamental. Y esa alegría inmensa y esa dolorosa punzada encuentran su lugar sin dificultades. Y ese pegamento cósmico consigue que los fragmentos rotos se reúnan constituyendo un todo más grande y luminoso, en lugar de más amargo.

El amor es lo único que nos permite decir en serio y definitivamente: sí, la felicidad existe y no se acaba.

Iba a decir que se conquista poco a poco, pero creo que más bien nos conquista poco a poco, porque nuestros planes en realidad casi siempre suelen ir por otro lado aunque creamos que no…

El amor es el sentido del sinsentido. La sal de la alegría y la luz del dolor. La redención de esta estafa grandilocuente que de otro modo acabaría siendo la vida, por muchos éxitos y caramelos que nos metiera en el saco.

No sé qué es el amor, pero sí voy reconociendo su sabor, y también el regusto mediocre de lo que no lo era.

He dicho que nos quita el miedo. Del mismo modo, diré que no es para cogerlo con cobardía: nos exige entregarle las riendas de nuestro ser y llevar bien sujetas las de nuestro yo. Imaginad, cuando lo que nos suele hacer sentir seguros es dejar que el yo campe por donde quiera y mantener al ser bien modosito dentro de la cuadra.

En el fondo, sospecho que llega un momento en el que también es verdad que sabemos muy bien qué es el amor. Aunque vuelva a sorprendernos y hasta a voltearnos en el siguiente recodo del camino.

Nos ha alimentado y en ello sigue. En ocasiones, discretamente o de formas extrañas. Sí, sí, incluso aun en el caso de que nos parezca que no…

En él morimos y en él renacemos. Y sin él, nos quedamos atrofiados, intentando que la vida nos complazca de alguna manera.

Y lo más importante: desde el amor no hay ninguna vida rota, perdida, desperdiciada o fracasada. Todas son bellas porque todas van más allá de sí mismas, ofreciéndose para ser instrumentos de una música que suena desde hace mucho y que nunca habrían podido llegar a componer.

Seguramente no he conseguido contestarte a lo que querías, pero me ha hecho bien intentarlo.

Gracias, Marga.

Marian Quintillá