De entre todos los posibles matices, concretaremos la impecabilidad como la actitud por la cual el Guerrero hace a cada momento las cosas de la mejor manera que es capaz de hacerlas en ese momento. No tiene nada que ver con la autoexigencia del ego, que machaca y critica si no se logra la perfección, sino con un compromiso y una entrega llevadas a cabo desde la sencillez. A menudo, desde esa exigencia egoica no se puede dar la impecabilidad porque estamos perdidos en berenjenales de imagen y autoprotección. La impecabilidad es simple, sincera y humilde. No hay exigencias ni excusas. Se hace y basta.

Para un acto impecable frecuentemente es interesante (o necesaria) la planificación, la reflexión o la estrategia. Por otro lado, una vez llevados a cabo estos pasos, conviene ejecutar la acción con libertad y fluidez, sin boicotearse, limitarse ni entorpecerse con las dudas.

La seguridad del guerrero no proviene de saberse o sentirse infalible (obviamente, no es cierto que lo sea), sino de apoyarse en su centro y confiar en lo que es capaz de percibir, sentir y hacer. De aceptar que llega hasta donde llega y tomar la responsabilidad de hacer hasta donde pueda. Para esto también es necesaria la sencillez y la mayor dificultad suele ser la exigencia del ego. Por esto es fundamental no mezclar lo egoico con lo impecable. Ni lo impecable con lo perfecto.

De todos los matices del concepto disciplina, en el camino del Guerrero, junto con el de “aprender a llevar a cabo la impecabilidad”, tomaremos el de “aprender a igualar intención y acción”. Es un desarrollo que lleva toda la vida, que se ayuda de la actitud meditativa y de la firmeza que brota del propio centro. No se trata de una rigidez ni de una tiranía, sino de una dirección.

Marian Quintillá

 

El camino del guerrero