Dedicado con un entusiasmo sereno y profundo, fruto de la delicada potencia de lo vivido, a los Guerreros con los que, el pasado fin de semana del cuatro al seis de noviembre, vivimos la aventura del taller de otoño de «El Guerrero Interior» en el Institut Gestalt. Os deseamos lo mejor. Gracias. Atravesado el poder por el amor y la fuerza, todo lo que no sea entregarnos, hacerlo don, acaba siendo un desperdicio. 

La fuerza que sostiene, la que inspira, la que compromete, la que nos pone al borde del salto mortal con esperanza… la hermosa fuerza con la que la lucha y el baile, la agresividad y la alegría se hermanan. La fuerza con la que nos miro y nos respeto. Ésa en la que el combate y el placer entrechocan sus copas. En la que la renuncia también cobra sentido. La que abraza el dolor. La que, humildemente, va en serio. La que embarca mi corazón y el tuyo en una gresca en la que ganamos y perdemos, o ni ganamos ni perdemos, al mismo tiempo. La fuerza con la que doy todo, con la que te recibo.

La fuerza de vivir. Mirar con intención de ver. Plantar los pies en el suelo. Que nuestros ojos se encuentren y el aire esté limpio.

Tan necesaria, tan imprescindible.

¿Acaso no la hemos sentido? Hormiguea por todo el cuerpo abriendo una sonrisa cómplice, generando un indudable latido.

Nuestro poder despierto.

Nuestro poder sereno y erguido. No omnipotente: sólo responsable. Nada menos. Honesto. Dispuesto al sacrificio y al paraíso, al coraje y al miedo.

Nuestro poder en las manos por fin, libre tanto de las mordazas como de los estallidos desbocados. Nuestro.

Nuestro poder cimentado en el corazón, insertado como músculo en el hueso. Y en los huesos, ya lo sabeis: amor.

Todo el amor, recuperado del desdén, del olvido, de la costumbre, del disfraz, del error, de la tontería, del despiste, del antojo, del malentendido…

Todo el amor atesorado, reverenciado, celebrado, acogido…

No es necesario más.

Parecía complejo, pero ya veis: únicamente se precisaba el espacio, la consciencia, la fe y la espera. Y en los momentos justos, la acción precisa.

Impecable.

Y la guerra y su miedo se trocaron en un exhuberante milagro de vida, de generosidad.

Y ahora se abren nuevos caminos de esperanza que habremos de andar con claridad en los ojos, con corazón, con paso tenaz, con la decisión íntima, irrenunciable, de abandonar el río que nos lleva y elegir día a día lo descubierto.

Marian Quintillá