Al ponernos en la situación de escribir algo sobre Leonard Cohen, nos damos cuenta de que ni sabemos por dónde empezar ni queremos. Tampoco hace falta, nos parece. Sólo conseguiríamos repetir cosas que seguramente muchos sabéis mejor que nosotros.

Lo mejor de los artistas es lo que nos regalan. Son un don. Y lo que vivimos gracias a su obra es un encuentro entre lo que somos y lo que ellos expresan de sí y a través de sí.

Hace poco, compartíamos aquí una versión del Hallelujah que nos había acompañado en un momento muy especial. El genio de Leonard Cohen en la profunda interpretación de K.D. Lang. Ahí quedó, como un ancla, un camino para volver a lo intangible, una particular prueba de que cuanto habíamos vivido era cierto.

Hoy, conmovidos por la muerte del maestro, queremos recoger en nuestra Casa de Gestalt esta misma canción, pero esta vez cantada por él. Con nuestra gratitud por la generosidad con la que derramó su arte y supo tocar las fibras de nuestras almas como el arco de un violín arranca inesperada música de sus cuerdas. Estas cosas nos parecen, una y otra vez, milagros.

Hasta siempre, Leonard Cohen. Gracias.