No tengo intención de rendir el amor. Nunca. O eso espero. Estoy dispuesta a pagar el precio sin calcular el coste, como en la canción de Rush que de nuevo comparto con vosotros aquí. Y confío en que esto que declaro teniéndoos como testigos no sea un gesto de soberbia o de ingenuidad.

Estoy hablando desde la imperfección, claro, y desde la debilidad y la torpeza. Quién sabe cómo serán el camino, la confusión, las encrucijadas… Lo que me propongo es no acabar rindiéndolo jamás.

Lo digo con sencillez porque no rendir el amor es sencillo. Sencillo, no necesariamente fácil. Libre de melodramas y de aspavientos. Como mirar a los ojos y decir la verdad, cerrarle los párpados a un muerto, inclinar la cabeza, brindar con las copas buenas o abrir la ventana para que entre la luz del sol.

No pienso rendir el amor en ninguno de sus aspectos y manifestaciones. Ya sé que dan ganas, pero no.

¿Qué quedaría de mí, si lo hiciera?

Habría sacrificado el centro de mi humanidad para darme el gusto o ahorrarme el riesgo.

Y no. Ya no. La vida es muy corta y está llena de un montón de estupideces que cometemos entre todos.

A veces creemos que fluir es escurrirnos, desparramarnos, pero eso recibe más bien el nombre de decadencia. Divertida hasta que hay que ponerse a recoger la basura, si es que al final vamos a recogerla.

No tengo intención de rendir el amor y no creáis que sé qué es lo que estoy diciendo cuando os expreso esto. Sé qué es lo que no digo: eso es todo. Sé que no estoy hablando de obstinación ni de autocomplacencia, pero no sé qué es lo que el amor va a exigirme a cada paso, si que sea paciente, que sea enérgica, que sea imperceptible, que sea heroica, que sea idiota…

No sé nada de eso y, quizá por ello, me parece que nunca me he sentido, en lo profundo, más viva.

El amor dirá, no yo. Si es que soy capaz de callarme para escucharlo.

No quiero dirigir los actos del universo ni materializar mi voluntad, en el hipotético caso de que eso fuera lo bastante asequible para mis medios. ¿Qué de bueno podría esperarse de los delirios de un aprendiz de brujo…?. Lo que quiero es que el amor me dirija a mí, ni más ni menos.

Y sé que es un dueño exigente. Pero también sé que es el más generoso de los amos, el que otorga gratuitamente lo que ni siquiera habríamos soñado con llegar a alcanzar… o creído que pudiera existir.

Lo sé porque está aquí, actuando asombrosamente en mi corazón apenas le dejo.

Pero todavía no hago esto por amor al amor, ni porque desee esa transformación irreversible, sino porque ninguna otra cosa tiene para mí sentido a estas alturas.

Y sé que al final lo querrá todo. Entonces veremos si mi corazón de guerrera está preparado para el último acto de fe, para el salto al abismo.

Mientras tanto, habrá que ir templándose paso a paso…

Marian Quintillá