Todos los santos II

Hoy va por nuestros muertos.

Desde luego, también – y siempre – por nuestros vivos, pero eso lo dejaremos para otro día, si procede. Hoy va por nuestros muertos. Por cada uno de ellos. Los que han completado el círculo de nuestro amor, los que nos han dado el enorme regalo de su existencia, celebrada en la vida y transfigurada en la muerte.

Todos os fuisteis demasiado pronto, desde quienes partisteis antes siquiera de nacer hasta los que andábais alrededor del siglo, porque es el amor y no la edad lo que ha dejado el hueco. Incluso los que os marchasteis porque ya tocaba, los que queríais abandonar este existir, erais a la vez puntuales en vuestra partida y ladrones de vuestra amada presencia.

La vida es así, y en este ser así, la vida es tierna, trágica, asombrosa y terrible.

Quienes no os conocieron podrán comprender filosóficamente que la existencia fluye y que no hicisteis más que dejar espacio a los que vienen luego, que vuestro tiempo fue valioso y, parezca lo que parezca, de algún modo suficiente. Nosotros os llevamos metidos en los huesos, formando parte del corazón y el alma como el carbono estructura nuestras células.

Dejaremos a los expertos que describan las fases del duelo, que calculen la duración y las características que ha de tener el luto para no estar volviéndose enfermizo. A nosotros, todo eso no nos importa nada. Os amamos.

Por supuesto, a lo largo del camino discutimos por estupideces, les dimos importancia a tonterías, nuestro amor chirrió y se contaminó con vete a saber cuántas miasmas… y vosotros no fuisteis menos idiotas que nosotros en la ecuación (al fin y al cabo, qué somos nosotros, sino los vivos que, con el tiempo, se volverán también valiosos muertos de alguien), pero todo eso  ha ardido como papel en el fuego, ha volado igual que las cenizas bajo la poderosa fuerza del viento. No os idealizamos, simplemente abrimos los ojos a lo fundamental y somos capaces de separar lo que, mientras la vida parecía transcurrir sin riesgo, no separábamos. Es humano extraviarse, cegarse con las cosas del mundo, temer los pinchazos y el miedo del amor propio, reaccionar tuerta o ciegamente… y al mismo tiempo, dentro de cada uno de nosotros se abre como una flor el don de nuestra grandeza, la generosa expresión de nuestro amor. Al morir, acabada en esta tierra vuestra pintura, nos habéis permitido desechar las humanas imperfecciones y recoger la canción única con la que iluminasteis e iluminaréis siempre nuestros pasos.

Sois preciosos.

Insisto: no os idealizamos, sólo podemos, con vuestra partida, despertar de este sopor de gruñones osos somnolientos y ver la maravilla que hemos tenido delante de los ojos, incrustada en el corazón, trenzada en nuestra propia vida. El resto es paja y, como tal, no merece la consideración de un minuto.

 

Hoy va por nuestros muertos. Los que nos empapan el esqueleto de un amor que puede, ya, adquirir la condición de perfecto. Los que nos dotan de una fuerza interior, de una certeza, que nos hace cada vez más hondos, más enteros, más compasivos, más amorosos, más justos…

No nos alegramos del precio. En muchas ocasiones, quizá podríamos decir que ni siquiera nos compensa, que la herida nos acompañará hasta que nosotros mismos entreguemos el espíritu. Sólo tomamos el don y os honramos y honramos la vida dejándonos transmutar por él. Ése es uno de los mayores misterios.

Va a ser verdad que en la muerte se completa la fecundidad de lo que somos, que la semilla no germina en plenitud hasta que no cae, entregada, a la tierra.

 

Hoy va por nuestros muertos en el dolor de la añoranza y la gratitud alegre por el indescriptible privilegio de haberos amado y tenido, del modo que sea, el tiempo que sea…

Consolidados en nuestro eje, vértebra a vértebra, en vuestro amor ya nunca podremos estar verdaderamente solos o desesperanzados. Por eso es importante, fundamental, cultivar el amoroso jardín de vuestra memoria.

Va por vosotros, que vais abriendo con dulzura la puerta – inicialmente sórdida y aterradora – de nuestra propia muerte. Por favor, sin prisa. Ojalá aún nos quede mucho bueno por hacer, mucho bueno por ser, mucho por disfrutar, reír, amar y celebrar con los ojos conscientes. Mucho tiempo para recordaros y aprender de vosotros, para nutrirnos de lo que tuvimos juntos y también de lo que no pudimos tomar mientras vivíais y que ahora, por fin, se ha liberado de sus angosturas.

No os quedéis como fantasmas, sino como ángeles. Que cada uno de vosotros nos haga más sólidos, más entregados, más llenos de confianza en que nuestra naturaleza tiene un buen destino y descansa en un noble corazón.

Hoy va por nuestros muertos.

Gracias.

Marian Quintillá