Acuarela de Elicia Edijanto

Acuarela de Elicia Edijanto

Se dice que en el amor y en la guerra todo está permitido.

No es verdad.

Por eso hay criminales de guerra.

Aún en las condiciones en las que la bestialidad y el odio nos invaden de la forma más extendida, en aquellas en las que nos permitimos desatar en nuestro interior una saña que no conocíamos, un empeño en arrebatar lo deseado incluso a costa de cualquier destrucción, un resentimiento harto ya de contenerse y sediento de revancha, seguimos siendo responsables de nuestros actos y de sus consecuencias.

En el amor, aún es más delicado.

Hay actos, actitudes, que vulneran la propia naturaleza del amor, lo denigran y lo pervierten. Pretendiendo perseguirlo, lo envilecen y hasta lo matan.

El amor no es una competición ni las personas somos premios, trofeos o posesiones. Tampoco es una partida de ajedrez en la que el mejor estratega dará jaque al rey.

¿Se puede ir en contra del amor en nombre del amor? ¿qué queda del amor, entonces?

 

Cuando en la guerra nos permitimos todo, la contienda nunca se acaba porque los intentos por vencer como sea abren heridas mayores que precisan, a su vez, ser peleadas…

El Guerrero es quien está dispuesto a enfrentar la guerra para finalizarla. La meta del Guerrero es la paz. La paz de verdad, sin componendas ni tapujos. Ésta y no otra es su última victoria. Para ella se arriesga.

Así que pensad bien si un objetivo tan poco glorioso merece la pena.

 

Cuando en el amor jugamos sucio, envenenamos su raíz misma. Trenzamos lazos en falso. Construimos torres con los cimientos podridos.

El Guerrero es quien está dispuesto a afrontar el amor con amor, le lleve donde le lleve y al precio que sea. Quizá necesite desvelar paso a paso una senda tan impredecible, lanzar su corazón al vacío sin saber cómo va a recogerlo cuando vuelva a sus manos.

Así que pensad bien si un panorama tan ingenuo merece la pena.

 

Se dice que en el amor y en la guerra todo está permitido. Y así nos va. Arrastrando luchas que empezaron nadie sabe cuándo y que no concluyen jamás. Descubriendo que lo que llamábamos amor se nos ha deshecho entre las manos como un imponente castillo de arena.

¿Pero cómo resistir la tentación de permitírnoslo todo, cuando tenemos lo anhelado al alcance de la mano mientras podemos demorar pagar el precio de erigirlo sobre una trampa?

Pensad bien si, en realidad, merece la pena hacerlo.

Y llegado el caso de que, a pesar de todo, elijáis ser tan cándidos, sabed para eso están el corazón, la disciplina y el poder del Guerrero.

Marian Quintillá