No desesperéis pensando que, si algo no ha cambiado hasta ahora, es que ya no puede cambiar. Probablemente es al contrario: nunca antes de hoy habíamos sido quienes actualmente somos, así que nunca antes de hoy podíamos hacer lo que hoy podemos.

La espada se templa en la fragua del herrero y así se hace fuerte como no lo era antes. También nosotros nos desarrollamos, nos completamos, nos sobrepasamos en las pruebas de la vida. El viaje del héroe resulta, finalmente, inevitable.

Es imposible prepararnos porque en el mismo lance es donde se da la transformación. Tras la forja, el carbón que nos lleva al rojo vivo y el agua que nos enfría nos libran de la condición de corazones quebradizos.

No tengáis miedo de no llegar. Confiad siempre en el camino. Aunque entréis en él con pie frágil, encontraréis a lo largo del recorrido lo necesario. Únicamente se precisa abrir la puerta de nuestras entrañas en lugar de cerrarla a cal y canto.

Estamos hechos para la plenitud. Ninguna senda con corazón lleva a otro sitio. 

No os sintáis demasiado viejos, demasiado cansados, demasiado vencidos, demasiado tarados… Nunca llega el momento en el que no podemos avanzar más, en el que dejamos de transformarnos. Incluso en la decrepitud y en la agonía que precede a la muerte se desarrolla una pureza, una entrega, que no había sido posible antes.

Es tiempo de esperanza porque el cambio llega paso a paso, porque cada uno de esos pasos nos acerca más donde no sabemos que vamos pero donde, sin duda, llegar nos hará reconocernos hijos de la alegría. Y en eso consiste la esperanza: no en evadirse del presente, sino en poder ver en el presente, y en el compromiso con el presente, la semilla de nuestro radiante, nuestro indescriptible futuro.

Marian Quintillá