Es fácil hacer una caricatura de alguien, criticarlo, juzgarlo, colgarle falsedades, quitarle el buen nombre, maltratarlo… o hasta matarlo. Es mucho más fácil todo eso que traer a la vida a un ser humano o que acompañarlo en su existencia con amor y ecuanimidad, a través de lo que va llegando.

Una escultura puede ser destrozada a martillazos en poco tiempo: reconstruirla es otra cosa. Bastan un cuchillo y un momento para reducir a jirones un cuadro, pero ¿cuánto cuesta recuperarlo?

Un árbol tarda años en hacerse y se pueden consumir en un solo incendio bosques enteros dejando el monte desolado.

Un vínculo, una red de vínculos… para que sean sólidos y verdaderos también se construyen poco a poco. Descansan en una base innegociable que hay que cuidar, donde cada uno tiene su lugar sin demostraciones, presiones ni méritos subjetivos o arbitrarios. Precisan del respeto, de la libertad propia y ajena y del espacio. Son delicados y valiosos como una copa de cristal exquisita hecha por un artesano. No se les puede tratar de cualquier manera y, si en un momento de furia los tirásemos al suelo y los pisoteáramos, no podríamos pretender encontrarlos después de la rabieta como si nada hubiese pasado. Al mismo tiempo también son fuertes como la roca que resiste los embates y tormentas más terribles, y esto es cuando mantenemos la base preservada sin dejar que el veneno de la carcoma la roa para dar cancha a nuestros sirocos, a nuestras conveniencias o a nuestros manejos interesados.

¿Cómo hicimos para mantener durante tanto tiempo aquel precioso vínculo? ¿Dónde incidió la piedra para que haya saltado?

Es mucho más fácil despedazar un vínculo que afianzarlo. Y cada vez que le damos un golpe en la base contando con que aguantará, lo magullamos y lo debilitamos.

A veces, hay vínculos que sentimos tan sólidos que de ellos lo esperamos todo, sin otorgarles ningún cuidado y aprovechándonos. Y a veces también, por el contrario, hay vínculos a los que sacrificamos mucho y valioso porque, en realidad, a pesar del tiempo y lo vivido, no confiamos en su solidez y tememos que, si dejamos de demostrar, complacer y hacer méritos, caerán como un castillo de naipes enfurecido y airado. Así, arriesgamos los vínculos más preciosos y nos hacemos cautelosos esclavos de los más insanos.

Cómo hará el corazón del Guerrero.

En los momentos de indignación, de ofuscación, de desespero, de ira, tendrá la claridad y la soberanía sobre sí para no destruir lo valioso.

No caerá en la trampa de que le exijan elegir entre su interior y su amor, ni entre sus seres amados. No sacrificará la esencia a la persona querida, el amigo al padre, el padre al hermano, el hermano al cónyuge, el cónyuge al hijo… 

Aceptará el dolor, no el capricho del tirano.

Marian Quintillá