Rosal II

 

Yo no mando en la dureza de mi corazón. Sólo le puedo tener paciencia, llevar las riendas de su ceguera lo mejor posible y confiar.

Si me pongo tirana conmigo, la alimento; si me pongo complaciente conmigo, me abandono y abandono a quienes la sufren; si me la oculto a mí misma con una pantomima interna, crece sin que la vea hacia lo profundo

No está en mi mano dirigir cómo cambia, únicamente abrirme para que cambie, desear que cambie, pedir que cambie, entregarme a que cambie, arriesgarme a que cambie… sentir el dolor, el hartazgo, la impotencia, la tristeza, y aceptarlas… notar cómo su rigidez forma las paredes de la cárcel que me contiene cuando me pierdo en ella, y asentir…

Es un salto de fe. No tiene más que un modo de comprobarse: dándolo.

Como estoy segura de que ya comprendéis, todo lo anterior no quita para que sea y me haga responsable de mis actos, incluidos los que podría atribuir a esa dureza.

Yo no mando en la dureza de mi corazón. Sólo puedo amarme y amar con ese mismo corazón que la contiene.

Marian Quintillá