Es probable que la fuente básica del poder, la columna vertebral del corazón del camino y la vía que nos permite atravesar los mayores miedos y las mayores destrucciones con éxito se encuentren en el amor.

El amor, tal como aquí lo entendemos, no es un sentimiento (aunque todos hayamos experimentado que puede y a menudo suele acompañarse de sensaciones y sentimientos), sino una actitud.

Sospechamos que no hay modo de enraizarse en el verdadero poder sin reconocer y asimilar el amor verdadero que hay y que ha habido en nuestra vida. Y cuando hablamos de amor verdadero, es esencial aclarar que no significa amor puro, ni amor perfecto, ni amor extraordinario. Sólo significa amor real. Puede acompañarse de miedo, torpeza, daño, manipulación, error, egocentrismo, dependencia o cualquier otra cosa que se nos ocurra. No hay inconveniente. Lo fundamental es poder reconocer el amor sea cual sea la compañía con la que venga a nosotros o con la que nosotros la entreguemos o intercambiemos, y así nutrirnos de él.

Sobra decir que abrirnos al amor no significa tragarnos indiscriminadamente el resto de hierbas con las que pueda andar mezclado, vaya o venga. En este progresivo separar el grano de la paja para tomar lo más valioso y convertir lo sobrante en abono, una parte fundamental de nuestro interior se reconcilia, una parte fundamental de nuestra batalla se acaba.

Cuántas cosas pueden cambiar cuando dedicamos un rato a escuchar en nuestro interior qué se despierta, qué resuena cuando nos planteamos serena y sobriamente en qué consiste el amor. No cabe duda de que esto es muy a menudo incomparablemente mejor y más rico que recibir de otro – incluso aunque ese otro pudiera ser muy sabio – una respuesta.

Marian Quintillá

El amor y el miedo