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Visión del artista de la formación de estrellas en el universo temprano (Adolf Shaller).

 

Yo era un tesoro escondido y deseaba ser conocido; por eso creé la creación, para ser conocido.

Aforismo sufí sobre la creación

Hasta hace poco, oír hablar de la evolución me evocaba únicamente pensamientos acerca del desarrollo de la vida sobre la tierra. Es habitual asociar esta palabra a los seres vivos, los animales ya extintos del pasado, la vida que sin duda se originó en el mar y de la cual todos descendemos. Quizás incluso hasta lleguemos a reconocernos en la mirada de los monos del zoo y consigamos hacernos conscientes de la implicación que supone el que, como primos cercanos nuestros, tengamos abuelos comunes. Solamente intentar imaginar el grandioso árbol genealógico de cualquiera de nosotros remontándose, de generación en generación (es decir, de padre en padre), hasta los primeros organismos unicelulares y darnos cuenta de que somos descendientes directos, ya empieza a resultar sobrecogedor.

Así que, ¿qué ocurriría si levantáramos la vista al cielo y nos diéramos cuenta de que, en realidad, la evolución comenzó mucho antes de que el primer organismo comenzara a latir en nuestra tierra?

Y así es. En realidad, hace tan sólo unas pocas décadas que los científicos alcanzaron el consenso acerca de que el universo no es ni estático, ni infinito, ni eterno. De que tuvo un comienzo y de que, muy probablemente, también tendrá un final. Todo se originó en un instante, ese inconcebible parto que hoy todos conocemos como ‘Big Bang’ a partir del cual el universo empezó a crecer y a evolucionar. La materia, tal y como la conocemos, se gestó en el interior de las estrellas. Varias generaciones de estrellas fueron necesarias para sintetizar los átomos de los que estamos hechos. Las estrellas nacen y mueren, creando elementos cada vez más complejos que posibilitan la aparición de estructuras cada vez más intricadas… entre ellas, la vida. Seres que nacen para morir, devorándose unos a otros para volver a empezar con nuevas estructuras, cada vez más perfeccionadas, más refinadas. En definitiva, más evolucionadas. Cabe imaginar que llegará el día en que seamos conscientes de que el universo mismo está en constante evolución, de que es un ser vivo en sí mismo y que, como tal, nació para morir. Que el mismo universo no es sino una chispa fugaz en un océano de eternidad. Quizás llegue el día en que consigamos penetrar los secretos más íntimos de la materia, el espacio y el tiempo, las leyes mismas de la existencia y aún así es muy posible que aún no podamos dejar de preguntarnos. Bien, vale, así funciona todo, pero… todo esto… ¿por qué?, ¿para qué? ¿qué sentido tiene el mero hecho de existir?

Entre tanto, quizás baste levantar la vista al cielo en una de esas noches en que el lugar y el clima nos sean favorables para observar esta inmensidad de la que ya, casi nunca, nos percatamos. Y en éstas, comprender que, seguramente, no nos corresponde a nosotros encontrarle ni darle el sentido. Y que bastante tendremos si abrimos nuestra mente y nuestro corazón lo suficiente como para contemplar el misterio, en toda su inmensidad. Quizás entonces podamos, simplemente, entregarnos a Él.

David Magriñá

Universo 3D

La imagen muestra una panorámica completa del cielo sobre la tierra en infrarrojo cercano que revela la distribución de galaxias más allá de la Via Láctea. Nos permite observar que el universo no es una extensión arbitraria de materia, sino que tiene una estructura muy peculiar y que recuerda, en muchos aspectos a un organismo. Imagen por cortesía del Harvard-Smithsonian Center for Astrophysics