[…] La luz del sol […] escaparía, sin duda, a la sensación de no encontrarse situada en una masa sólida.
Así acontece con la visión de la Inteligencia, que ve también los objetos iluminados con otra luz y es en ellos donde ve realmente esa luz. […] Únicamente si deja la visión de los objetos y mira a la luz por la que los ve, puede contemplar la luz y el principio del que ella proviene.
[…] la Inteligencia […], cuando se oculta a los demás objetos y se recoge en sí misma, no ve a ninguna otra cosa. Pero contempla, entonces, una luz que no se encuentra en ningún otro objeto, sino que se le apareció súbitamente y a solas, una luz que es pura y que existe en sí misma.
[…] Pero, ¿de dónde se elevará Aquel a quien imita el sol? ¿Y a qué punto podrá adelantarse para hacerse realmente presente? Sin duda deberá elevarse por encima de la Inteligencia que lo contempla, y la Inteligencia, a su vez, permanecerá inmóvil en su contemplación, sin atender a otra cosa que a lo Bello. Ella misma se volverá hacia Él y se le entregará por entero. Y, así dispuesta y saciada de Él, se verá también hermosa y resplandeciente en razón a su proximidad con el Primero.
[…] Si fuese posible a la Inteligencia no permanecer en ninguna parte […], no dejaría de ver al Primero. Mejor dicho, no lo vería, sino que formaría una misma cosa con Él. Pero, siendo como es Inteligencia, lo contempla, y lo contempla justamente por su parte no inteligente».
PLOTINO (205-270). Enéada Quinta (V)
Deja tu comentario