razón versus emocion

«1000 idiotas tienen bastante más razón que uno nada más»

Balada de los idiotas
Carlos Malicia

No hace mucho, en un taller que tuve el placer de compartir con un terapeuta, viejo conocido y más reciente compañero y amigo, pude redescubrir el significado de un concepto frecuente en la terapia: La idea loca. Parece una idea. Tiene la forma y la apariencia de tal, pero cuando la miras de cerca resulta que no lo es tanto, ya que no aporta nada nuevo sobre la realidad, ninguna información. Y ponía un ejemplo clásico para los temerosos: “El mundo es un lugar peligroso” Claro que sí, cuánta razón hay en esta frase. Y es que si existe peligro en alguna parte, sin duda alguna está en el mundo. Lo mismo podríamos, de hecho, decir de la seguridad, o de la belleza, o la fealdad. El mundo es un lugar bello, dirá el artista. El mundo es un lugar placentero, dirá el hedonista. El mundo es un lugar bueno, dirá el místico. Y todos ellos tendrán razón, pues en el mundo hay todo eso, pero ninguno estará en lo cierto, pues el mundo es mucho más. O tal vez no llegue a tanto. Es decir, que quizás el mundo es, ni más ni menos, lo que es.

Poco más tarde, comentaba con algunos participantes cómo últimamente me estaba dando por asistir, en la tele o en foros de internet, a sesudos debates ideológicos y observar que, si relajaba el tirón de tripas inevitable al escuchar a unos y otros (es curioso, por no decir sospechoso, como algo tan abstracto como las ideas puede provocar este extraño efecto intestinal), me encontraba como ese niño veleidoso que abre por primera vez sus sentidos al intrincado mundo del razonamiento adulto, casi hechizado, dándoles alternativamente la razón a unos y a otros mientras defendían posturas radicalmente opuestas e ideológicamente incompatibles. Alguien me comentó bienintencionadamente qué bonito es aprender de los que piensan distinto si nos paramos a escuchar, pero me temo que la cosa no iba por ahí. Literalmente llegué a pensar que todos tenían razón, toda la razón. ¡Qué inseguridad sentí, qué indefinición, qué vergonzosa falta de criterio propio! O quizás, ¿qué engañosa es la razón?

Así que, de pronto, se me hizo claro que razón no es igual a verdad. Pido disculpas a los filósofos por esta afirmación tan pueril sobre la que, sin duda, llevarán siglos argumentando y debatiendo (y con cuánta razón, presumo), pero lo cierto es que en aquel momento se me apareció como una de esas obviedades de lo cotidiano, con toda la fuerza que eso tiene. Razón tiene más que ver con justificación y fundamentación. Una construcción sólidamente argumentada que sostiene aquello que se pretende. Y como argumentaciones hay de todos los colores, parece que cualquiera puede tener razón defendiendo cualquier cosa, a poco inteligente que sea. Por lo mismo, el grado de razón poco tiene que ver con el grado de realidad, sino que parece guardar proporción directa con la habilidad del orador en construir razonamientos e inversa con la capacidad del interlocutor en tirarlos por tierra. Sospecho que la razón no se tiene, sino que se da o se toma con más o menos legitimidad, al igual que la autoridad y el poder. Y esto ya ni siquiera habla sólo de quien la recibe sino, ¡ay!, sobre todo de quien la otorga. Y mientras tanto, a la realidad que le den.

¿Cómo aproximarnos entonces a la realidad? Desde luego, no mediante la razón, al menos no en estos casos. Buenas y mejores razones nos podrán hacer ganar un combate ideológico e incluso hacernos con toda la razón pero esto, paradójicamente, es lo que nos mantendrá completamente ignorantes de lo que de verdad nos está pasando a nosotros, ese pedacito de realidad que somos, en relación al tema de que se trate. La luz de la razón que tan aparentemente ilumina el mundo puede, a menudo, cegarnos de nosotros mismos. En contrapartida, el enfoque gestáltico nos proporciona una herramienta tan ingenuamente sencilla como fiable: atender a lo obvio. ¿Y qué es lo obvio? Precisamente, ese tirón de tripas, ni más ni menos, en toda su visceral, obscena y pragmática realidad, signo inequívoco de que una parte de nuestro ser se revuelve inquieta. Escuchar este movimiento, acompañarlo, dar cauce a esta energía y permitirle su expresión a través del propio cuerpo o mediante la emoción es una buena alternativa para conocer de qué manera esa situación particular nos está haciendo sentir amenazados, o heridos, o trastocados, o necesitados, o vaya usted a saber qué…

O bien podemos emplear toda esa energía en armar un nuevo razonamiento, más sólido, más contundente, más irrefutable. Seguramente no aprenderemos mucho de nosotros mismos pero es que da tanto gusto tener la razón… Y quien sabe, quizás hasta ganemos las próximas elecciones.

Publicado originalmente en el programa de Aula Gestalt 2008/2009

David Magriñá