Tomando el Mundo

Un mundo vivido desde el amor no es un mundo en el que la negligencia, el descuido y la autocomplacencia tienen carta de virtud, no es un mundo en el que el narcisismo se luce como una joya, en el que la frustración no se tolera o al dolor se le niega el derecho. Ni tampoco es un mundo en el que el derecho está por encima de la misericordia, que es la espina dorsal del propio amor.

Un mundo vivido desde el amor no es un mundo de niños perpetuos, que ahora se cansan de esto o se aburren de aquello, que cuando algo los descuadra miran a papá y a mamá aguardando soluciones, que esperan que ninguno de sus actos tenga en la práctica consecuencias serias porque el propio amor ya se encargará de hacer de colchón entre nosotros y la realidad.

Un mundo vivido desde el amor es un mundo tremendo, en el que existe la piedad pero no la condescendencia, en el que verdaderamente nos la jugamos, en el que no da igual, ni las cosas se dejan para otro rato, en el que la felicidad incluye la armonía, el bienestar, de muchos seres e intereses que parecen difícilmente armonizables, en el que la justicia más deseada por cada uno es poder hacerse cargo de las consecuencias de los propios actos, en el que la mejor justicia que cada uno encuentra para sí mismo pasa por comprender que no soy tan distinto de quien me ha hecho daño.

En el que somos dueños de entregarnos.

Vivimos o morimos. Somos o no somos.

Un mundo vivido desde el amor es un mundo en el que se hace lo imposible y se logra lo increíble.

Hay quien se enfada porque en un buen mundo deberíamos estar protegidos y acolchados. Y yo, sinceramente, lo comprendo. Pero éste no es un buen mundo, sino un mundo para poder vivirlo desde el amor, y eso será muchas cosas, pero no cómodo, ni controlable, ni comprensible, ni abarcable, ni fácil.

Marian Quintillá