Salto al lagoHe hecho lo que tenía que hacer. Lo he hecho sin la menor duda.

Para hacerlo, lo primero que he tenido que vencer ha sido mi propio interior. Mis prejuicios, creencias, filosofías, sentimientos que no sé dónde aprendí… Mi identidad. La imagen que he tenido durante tanto tiempo de mí misma…

Lo segundo, lo que sé o creo saber de ti. Tus ideas preconcebidas, opiniones, valores, opciones, reacciones, simpatías…  

Me importan. Me importa cómo me llevo con la mujer que veo en el espejo al levantarme, cuánto la amo y cuánto la respeto. Y me importas tú. No sólo tu bienestar. También que me quieras, que me aceptes, que me valores, que me apruebes, que pienses bien de mí… Si no importáramos para mí, si nos desdeñara, sería más cómodo pero también más falso. Muerto. La aparente libertad que se enraíza en la dureza de corazón o el menosprecio.

No es de extrañar. Para eso estamos hechos: para vivir en un tapiz de afectos en los que, unos con otros, nos entrecruzamos y formamos una extensa red en la que encontramos, haciéndonos los unos a los otros, nuestro sitio. Y a cada uno de esos amados hilos y a la imagen que juntos hacemos me refiero.

He hecho lo que tenía que hacer de una pieza. La acción formaba una imagen perfectamente definida y toda yo estaba clara y de acuerdo. No ha sido fácil, pero cada paso, cada fase, me ha transformado. Estoy en la otra orilla del río que tenía que cruzar, haciéndome todavía con esta ribera nueva.

Y no tengo más explicación que mi certeza ni más responsable que mi voluntad. Y si no puedes comprenderme sin demasiadas palabras, no habrá comprensión posible.

Como el arquero.

Me sigo amando. Os sigo amando. Y los muros de una estancia que se había vuelto demasiado estrecha han saltado por los aires.

Sólo Dios sabe.

Marian Quintillá