un-viaje-sin-retorno

Apenas puedo recordar cómo me hice esclava de mis libertades. Fue tan poco a poco, desde la infancia… Así me adormecí, busqué anhelante sus implacables exigencias y acabé – por no decir que también empecé – enarbolándolas.

Quizá sea imposible no pasar por eso. O tal vez haya quien conozca esa gracia, no lo sé.

Qué sutil y tenaz atadura.

No la habría visto por mucho que me la hubieran intentado mostrar. Sin embargo, acaba engulléndolo todo.

Ahora contemplo esas cadenas, en realidad tan evidentes, tan obvias, tan burdas, fascinada por cómo pudieron pasarme desapercibidas. Las quería supongo. Prefería permanecer ciega y poderlas conservar con orgullo.

En este momento, me diga lo que me diga, no lo sé. Me entretienen y me dejan vacía. Estoy acostumbrada a ellas tanto como a mi propia carne.

Pero ya no funciona como antes su magia.

Y permanezco indecisa, a veces hacia allá, a veces hacia acá… a la espera de la vuelta de tuerca o la brisa que decantarán este equilibrio precario.

Entonce dejaré de jugar a los adultos y la dirección del viaje de mi vida – ahora quién sabe… – realmente ya no tendrá retorno.

Marian Quintillá