Dedicado a los Guerreros de la 11ª edición del taller El Guerrero Interior con los que, este último fin de semana de agosto, compartimos tres días de aventura, búsqueda y encuentro. Gracias por lo entregado y por lo descubierto.
«Es que quiero sacar
de ti tu mejor tú.»
Del poema “Perdóname por ir así buscándote”. Pedro Salinas. La voz a ti debida (1933)
A los quince años, me encantaba este poema. Lo consideraba una de las más profundas expresiones de amor que había encontrado en la literatura, una declaración de lo que yo sospechaba que era una entrega verdadera. Bastantes años después, ese mismo texto me parecía el colmo del narcisismo y lo que yo entendía que era su exaltación disfrazada de amor, disculpada y bendecida en nombre del amor, me ponía los pelos de punta. Otro montón de años más tarde, decidí que lo mejor que podía hacer era dejar en paz el poema, que en cualquier caso reflejaba bellamente una experiencia humana conmovedora, muy a menudo hundida en el corazón.
Pero ahí quedaba la cosa. Tu mejor tú. Ése que no te viste y que yo veo, etc., etc.
Tu mejor tú. Mi mejor yo.
En este momento, sé que para mí el mejor yo es el yo impecable. No el perfecto, no el ideal, no el magnífico, no el egoico, no el de nuestros espejismos, intuiciones o deseos, no el mejor que podríamos, sino el mejor que podemos. El que comprende las circunstancias y las deficiencias y está, no obstante, presente en la donación generosa de lo que somos capaces, libre del abandono, de la desidia, de la excusa… comprometido con el vivir cotidiano. Nuestro yo sencillamente fuerte hasta en la debilidad, valiente en tomar el poder, que desiste de ocultarse tras las evasivas del vasallo.
Ése que ya somos, que ya conocemos y que, constato, no obstante nuestra intención y nuestro esfuezo en obtenerlo, vendemos barato diariamente para ahorrarnos el riesgo de pagar su precio aunque sea a costa de renunciar a su tesoro.
Nos ponemos en pie porque deseamos el Guerrero. Nos impulsan el sufrimiento, la insatisfacción, el amor, el entusiasmo, la necesidad incluso. Conscientes de ello, vamos decididamente a su encuentro y, entonces, ahí está esperándonos el tirón hacia atrás apenas empezamos a tocarlo. Cuidado. Trae cambios. Milagros. Dones y renuncias. Otros sufrimientos e incertidumbres. Dudas acerca de que que inesperadamente vaya a haber necesidades que no sean satisfechas. Trae miedo y nos exige verdadero amor. Somos frágiles. No hay seguridades. Sólo se le conoce andándolo. Lo elegimos o lo evitamos cada día. No es un entretenimiento.
Tantos pasos hasta llegar aquí, tanto empeño, para ahora titubear…
Es un acto consciente de voluntad optar decididamente por serlo. Renunciar a la comodidad, al refugio, a las baratijas, al placer de la basura conocida y jugosa, a las formas de relación contaminadas pero también gratificantes o previsibles, a la próxima dosis de anonadamiento que nos apacigüe… De esos inconvenientes y de sus consecuencias no nos había hablado nadie…
Al escribir esto, me acuerdo de una cita de David que me hizo reflexionar acerca de este tira y afloja con nosotros mismos, que se recrudece en los momentos importantes de cambio y que todos conocemos:
«En mi humilde experiencia, de la misma manera que puedo sentir que hay algo que me llama hacia arriba a poco que me pare a escuchar, también hay algo que constantemente me tironea hacia abajo, a poco que me despiste. Lo que ya no sé ni me atrevo a aventurar es si este algo reside en mí mismo, ya sea un instinto o cierto tipo de animalidad, o si realmente existe como una entidad separada, como una especie de parásito del alma que eventualmente nos acecha y nos oscurece» (David Magriñá).
Ahí están tu valor y mi valor en juego. Tu amor y mi amor en juego.
Mi mejor yo se va llevando a cabo junto a los vuestros. Tu mejor tú se va llevando a cabo junto a los nuestros. En esto somos indispensables cómplices y compañeros.
¿Sabes? Tu mejor tú, ése que no te viste, yo tampoco lo veo. Ni el mío. Sin embargo, si en este caminar vamos aproximándonos a ellos, es que se está produciendo la alquimia. Ésa es la manera de saberlo.
Marian Quintillá
Qué sorpresa. Un beso.