Ayer fue el cumpleaños de mi padre… o más bien, lo hubiera sido si no hubiera fallecido hace ya algo más de tres años.

Para alguien que, como yo, creció y vivió sin padre es raro rememorar los escasos momentos compartidos entre nosotros, todos ellos ya en la madurez. Y aún más extraño que aquellos más hondos y preciosos fueran los que compartiéramos poco antes de su partida. Sé que nunca le perdonaré del todo que no se quedara el tiempo necesario para darme la bienvenida al mundo pero al menos esta vez pudimos despedirnos.

«Un instante de amor puede llenar toda una vida». Nuestro instante tuvo lugar pocas horas antes de su muerte. Hubo sonrisas, llanto y dolor. Y ahora sé que también hubo rabia; sorda y callada rabia. Al entender que habíamos de despedirnos para siempre, en una sola noche, en esa buena noche.

Casualidad o sincronía, ayer por la noche me quedé hasta tarde viendo la película «Interstellar» y en ella descubrí este poema de Dylan Thomas de labios de un hombre que enfrenta la oscuridad de cara. Igual que lo hizo mi padre. Igual que empiezo a vislumbrarla yo.

Comparto ese momento con este intenso poema delicadamente recitado por Anthony Hopkins (subtitulado, pero añado al final una traducción más cuidada que la del vídeo)

Porque finalmente tú fuiste mi padre. El mío, el que me tocó, el único que he tenido, a pesar de todo. Hasta que nos reencontremos. Va por ti.

David Magriñá


DO NOT GO GENTLE INTO THAT GOOD NIGHT (NO ENTRES DÓCILMENTE EN ESA BUENA NOCHE)

No entres dócilmente en esa buena noche,
Que al final del día debería la vejez arder y delirar;
Enfurécete, enfurécete ante la muerte de la luz.

Aunque los sabios entienden al final que la oscuridad es lo correcto,
Como a su verbo ningún rayo ha confiado vigor,
No entran dócilmente en esa buena noche.

Llorando los hombres buenos, al llegar la última ola
Por el brillo con que sus frágiles obras pudieron haber danzado en una verde bahía,
Se enfurecen, se enfurecen ante la muerte de la luz.

Y los locos, que al sol cogieron al vuelo en sus cantares,
Y advierten, demasiado tarde, la ofensa que le hacían,
No entran dócilmente en esa buena noche.

Y los hombres graves, que cerca de la muerte con la vista que se apaga
Ven que esos ojos ciegos pudieron brillar como meteoros y ser alegres,
Se enfurecen, se enfurecen ante la muerte de la luz.

Y tú, padre mio, allá en tu cima triste,
Maldíceme o bendíceme con tus fieras lágrimas, lo ruego.
No entres dócilmente en esa buena noche.
Enfurécete, enfurécete ante la muerte de la luz.

Dylan Thomas