Hay cosas que no podemos hacer nosotros, sino únicamente dejar que sean hechas en nosotros.
Actos de amor profundos, radicales, libres de todas las ataduras que sabemos que nos tienen amarrados.
El ego irritado, asustado, diría y haría otra cosa, pero de pronto el corazón nos sorprende dando lo que sabemos que por sí solo no tiene. Lo que nunca ha tenido.
Y, sin embargo, es cierto. Genuino. No se trata de una de esas actuaciones en las que nos obligamos a ser mejores de lo que somos y acabamos cultivando el resentimiento y la amargura.
Contra todo pronóstico, nos inunda la paz. Y es una paz verdadera.
En cualquier momento podemos dejar que sean llevadas a cabo en nosotros estas acciones y actitudes extraordinarias.
Basta con quererlo, con pedirlo sinceramente.
Pero, cuidado, porque lo que pidamos se nos dará. Y no nos será ahorrado vivirlo.
¿Quién sabe dónde iremos, si nos dejamos hacer? A otras formas de vivir, sin duda.
Qué vértigo.
¿Cómo perseverar en la confianza de que estos asombrosos sucesos no van a acabar con nosotros?
Oh, pero es que sí que van a acabar con nosotros, con los viejos nosotros, para que nazcan los nuevos.
Qué vértigo.
Marian Quintillá
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